martes, 30 de enero de 2018

noticias del s. XX


La ciencia ficción ha sido traicionada, pero no es ciencia,
sino artesanía lo que fluye en cuantos de memoria, discretos sablazos neuronales, ríos
familiares y eternos donde acuden las Musas sin pintar.

Drogas de color pastel, plumas elegantes de Vurt, metanfetamina para leerse hasta los anuncios por palabras
del periódico, toda la letra pequeña del contrato infernal. Este es el pobre poeta,
su día a día agónico y agnóstico, su pobreza bajo el nivel de la pobreza, aquella melancolía
difusa curtida en la depresión y el aggiornamento frustrado.

Milagros, hubo: monasterios de rocosa planta saltaron por los aires,
aparición de yonquis espectrales, heridas mutuas que sanaron por principio. Princesas sin cuento. Y siempre
una muchacha, su vestido blanco, su cabello negro, ojos como
minerales en lucha con la tierra, labios como figuras de póker enclaustradas en cuadros de Gauguin. El poeta
y su chute de speed (ese narcótico en ruinas), su lanzadera espacial.

De vuelta al espejo, resulta que las revelaciones se suceden. En una novela rusa
de ciencia ficción hard de los años cincuenta (s. XX); el héroe contempla su faz en el cristal –mientras
ruge el tractor entregado a su lucha cotidiana– cuando tiene lugar una promesa,
se produce una victoria de la intuición marxista y el joven
comprueba la vigencia de su pensamiento mediante una alocada
traslación interdimensional.

Destiny protesta ante la trilateral divinizada, su cuerpo
es la reliquia preciosa de su arte, sus manos fomentan el culto de las mariposas, sus pies anulan
toda certeza sobre la cultura (sobre la belleza). No ha derrotado al tiempo para esto,
para no ver la luz.

Tenemos poesía para rato: es la verdad. No se ve el final de este río de oro, este metal
precioso que golpea la noche desde un punto ciego, que no ha muerto todavía a pesar del silencio infinito
de los muertos, de la vida que alienta un sinfín de universos desde el próspero surco de la nada.



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