jueves, 31 de mayo de 2018

arpas de un solo color


Oh, más  y más Ángeles se agolpan en la indiferencia, altas fronteras,
banderas hundidas en el viento, huérfanas de azul. Almas que recelan, se confabulan,
arden como pianos virtuosos, notas alegres. Su voz salva el compás, urge la restauración del vértigo, nutre la saga
de los desposeídos. Qué nubosa la vida de los Ángeles, su biografía animal autorizada, borrada por el mar y la memoria.
             Vienen quemando lápidas de sal, tonificándose. Su muerte es una bárbara ilusión desde el comienzo. Tienen que ser,
son árboles que infunden, hierba enamorada del aire, luz. Su luz es una magnífica ocasión para inundar los páramos de luna,
destilar un mar de lágrimas, turbias gotas de sol.

             (Ellas) van sucias por la calle como seres de otro mundo, seres escuálidos, inversos, e inversamente
lógicos. Guardan sus códigos, visten como seres de otro mundo, con levitas
perdidas, colores rojos, colores de un solo color. Arden como pianos virtuosos, arpas de un solo color, hierba enamorada.
Siguen la línea recta de la soledad pero cometen los milagros del libro, sus crímenes de altura, sicarios bendecidos.

Hoy quedan mil Ángeles en la retaguardia, todos armados de fuego y carestía; ah, relucen sus armaduras de oro,
su panoplia de lujo y desaliño, con ese brillo del agua que se asemeja al cielo, ese espejo nocturno que no se deja asir. Leves
en la rutina del arte, tan poéticos como una magdalena. Notadlos en el círculo, apurando el espacio, escaladores,
estribando en su propia negación, un suburbio en la capa de la magia.

             (Now) ella guarda la llave, y la sombra. Alza una sombra con su nombre, lleva un nombre de estrella, largo y suntuoso. Su nombre
es. Hueco sonido, íntima envoltura; la palabra se vacía de sonido, se tiende sobre el manto de la noche, glorificada y triste.
Su verbo es anterior al verbo, anterior al verso, simplemente domina el horizonte, se trata de una víctima, un proceso
estético sentado en su principio y su destino, tantos años de locura, de lujuria y formidables distancias, años como fábulas
arcanas, islas lejanas probadas en su estilo, toros de sangre en la garganta, echando sangre por la boca. Todo eso.

Ambas, la cantante británica y la virgen estadounidense; luego, el poeta, ese artículo vegetal. Cruzan por el camino de la iglesia
rimando sus beatificaciones, sus comparaciones. Se comparan con la misma violencia, la única razón, falsos soldados,
formas que evolucionan y se arrastran, se comunican y mueren. Ha muerto un poeta y los Ángeles actúan,
brincan y brindan un espectáculo abierto, algo sobredimensionado, versionan la misión del cuervo,
el trance intacto del azor que libra su escaramuza aérea.

Pues el vuelo es su estela, su elocuencia y su estigma. Pueden ver. Ella puede ver la piel de las montañas,
los ojos vueltos de la poesía, el mal carácter de la lluvia. Hace así y pulsa la tormenta; el puro tiempo se postra
ante su hazaña, va a rezar a su templo y allí se desmorona. Su pureza yace como el manantial, une como la fuente,
dobla la mano de dios. Compiten las estrellas por el rayo de su tímida aurora, su mirada completa hacia
el abismo, su indagación experta en la materia del sueño. Tiene la forma del Sol, tiene otra forma,
¡es forma! porque vive y rima y sueña y se despide con un beso que no es un beso de amor,
pero siempre es el beso que le cuesta la vida.





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