lunes, 7 de mayo de 2018

otra página en blanco


El poema no tiene sentido,
el poeta no existe. Presunta, supuesta poesía que no existe;
existen el juego y el lenguaje.

Jordan sufre un espacio tan débil que ha superado su niñez existencial; la fortaleza de los lugares
comunes, del conocimiento ha sido, por fin, sustituida por la simultaneidad
bipolar de los acontecimientos, su panorama abisal; estamos en la cintura de un agujero negro comiéndonos
los mocos. Vamos con las uñas negras, llevamos
el pensamiento oscuro del trabajo dentro.

El Parque es el cirio emocionante, la sobriedad hecha frontera, territorio
artístico; oh, por fin la democracia ha invadido los museos, los palacios, ha desencuadernado
catálogos y referencias… Pero si el KRIT gobierna… (¡mais non!, su corona es tan frágil representación del poder, un guión
adaptado a la caducidad de las estaciones, digamos que una obra teatral
modificada por los avatares estéticos: de repente, un tren-bala; una partida sin ganador aparente,
la sección geológica del fatberg original).

Pasa sin rabia. Un tren avanza desde el horizonte
hasta el mar, su fondo creativo. La poesía ha olvidado el amor en el cajón de las esperanzas, en la cajita de música; el amor
ha sido destituido (Jordan lo sabe), suplantado por otro Amor que incluye
parábolas, encarnaciones e idealizaciones, todo un espectáculo
indoloro; hay que sufrir, urge una racionalización del sentimiento. Hemos
de abrir heridas y, para eso, está la literatura.

El poema –por ahora– carece de mundialización, de personalismo, de estructura y enjundia (y de furia).
Es una carencia en toda regla. Su naturaleza ha desparecido del mapa, su zoología y su medicina del hombre-medicina
han dado paso a una suerte de belleza independiente, no masificada,
mejor aún, desclasificada. Ya no es un producto comercial ni se tantea en el espejo de la publicidad.

Jordan conoce a un poeta que no lo es (y nadie se lo llama); está desnudo
(metafóricamente), cree en dios y no escribe una sola palabra: es alguien con la cabeza a pájaros.
Ocurre que el poema estaba escrito, que lo lleva escribiendo con los brazos en jarras
mientras arrecia la lluvia, y los chicos sonríen,
y el humo se convence, poco a poco, del viento.



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