miércoles, 11 de julio de 2018

cien ángeles en el despacho oval


Optimista, Destiny expresa, despliega una mano tatuada, declama exageradas notas, el hechizo anular
correspondiente. Porque ella no sufre; será porque no siente
pájaros en la cabeza, mariposas en el pecho, espuelas en la carne
inexplorada.

Sufrimiento cero, nada de nada en el alma, sino la desproporción, el alegato
divino. Hay una estatua que representa como un cantante góspel, una biblioteca que representa su propia
extenuación cultural. Muros, hay; están the wall & wall street, también el muro de las concentraciones, la valla despintada
de yellow (submarine), la muralla chica de Trump con las piezas extramuros de colony.
Y está la mano de dios ardiendo en la mente proactiva, prospectiva del Ángel, el martillo de Thor ardiendo en la mano
caliente de Dest, la encantadora sonrisa de Janelle, el corazón hepático de AZ, todas aquellas
armas desperdigadas por la playa del tiempo.

Hasta Jordan ha llegado a sonreír por un instante iniciático, un momento plausible,
ha dejado de lado la modestia de su cuerpo, la inocencia sin matices que la embarga, que dibuja un reguero
de lágrimas en su aliento, un soplo decadente en su belleza
triunfal, su verdadero rostro indistinguible del fuego; visto y no visto, el relámpago ha bordado su industria vertical de miel
en rama, ha descargado a la tierra del peso eléctrico de su turbio pasado, tanta muerte y tanta creación.

Manejarían máquinas hermosas en un mundo feliz, 100 ángeles harían el trabajo. Pero en el mundo
debes trabajar a cielo abierto, transitar los rodeos orbitales censados por la Luna, derretir cucuruchos de palabras
flojas, falsos apotegmas. El sudor es la fuente
familiar de todos los pecados, de todas las sustituciones.

Destiny se ha llevado de compras a un millón de personas
muertas: han dejado secos los anaqueles del futuro. En la descripción está el poeta, ristra en mano,
algo como un látigo que restalla en la memoria y sabe a sangre porque esa es su razón. Amanece entonces
a pesar del esfuerzo de la noche y la cuenta vuelve a decaer, se ciega el péndulo, la puerta
que oscila entre el invierno y la estación central del paraíso.




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