miércoles, 25 de julio de 2018

esto hizo


Nueva para besar, nueva en el cuadro, lejana y tan profana
de los hechos, a kilómetros del arte. Detrás de las montañas, encaramada al radio de la Luna como una mariposa,
supernova de-portada, comunicando una distancia (no su nombre).

Las páginas ondean como banderas azarosas, son barcos abandonados a la zozobra y el protagonismo,
barcazas orbitales, naves nodriza en el cúmulo de Coma,
postales ajadas, desvaídas, con sellos sin valor. El libro no ha gustado: obra
de caridad. El libro ha sido un éxito editorial, mausoleo lírico, algo
fratricida, mas gratificante.

Cine y dificultades, palomitas y versos, huesos
débiles a mitad de película, posiciones ante la barra y el espejo. Al menos, el dentista
ha sido desterrado a otra dimensión plegada sobre sí misma, y su dolor intrínseco ha sido
degradado (junto a la flor más inexpresiva, la rosa mística
que dirigía las operaciones).

Ni profetas, ni órdenes monacales, sin campanas ni monasterios
curvos a punto de saltar de sus casillas. Apenas ella con su vestido blanco, ajena a la redundancia de las horas
perdidas, a la reiteración malhumorada de la luz; ella es increíble, esto hizo: bordó una estela en la noche que competía
con el entusiasmo artúrico de Rigel. Pero, en el sueño, alzó
sus manos cómplices hacia el perfecto sonido injertado en las nubes por el mar en calma.

Ah, su grecia estudiantil, su párvula
revista y su avaricia privada –¡qué modelo de comportamiento!–, la longitud exacta de la falda, la plenitud
moderna de sus rodillas rubias, el aire sano que zarandea el cuerpo. Sin casa y sin color
favorito; acorralada en una fase REM, en una piel sin forma.
El tónico glacial –el desayuno fresco–, como sin ganas ni talento que valga.



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