miércoles, 3 de abril de 2019

el contratiempo de la eternidad


Poseer el conocimiento exquisito de nuestra levedad, la certeza
inaudita de nuestro destino. Esto es inestable, baila como una peonza magullada, es un escenario
parecido a un cadalso. Las cabezas asienten, disienten,
se comportan como calaveras, cerebros desnaturalizados. Esto es inestable,
la gente coopera: es el ansia por desparecer.

Si el universo tiene fecha, un cómputo constante y existe una secuencia,
entonces nuestra vida es más que un salto en el espacio; ahora que sabemos de nuestra eternidad,
que hemos visto la muerte en su infame esplendor y hemos
mirado a su rostro con los ojos rojos de haber consumido alguna sustancia novelesca, con ojos prestados
y ojos implorantes, imaginamos la sobriedad del tiempo, su irrelevancia
esencial, tan dividido en minúsculas fracciones inmortales.

Tiempo ha que no doblamos la hoja por la mitad, que no pintamos el nombre de la estrella en la pared del convento:
ah, es una tarea de siglos, de una obscenidad volcánica, plena de barroco
esfuerzo. A todo soñador le corresponde un noble ser humano milagroso
dispuesto a confiscarle la esperanza.

Milagros, lo que se dice. Pocos, marcianos, multitud de pequeñas
situaciones molestas que se zanjan con un extraordinario relato común. Resuelto el enigma de la insinuación
poética y sus zarandajas, el resplandor de la lengua
distorsionada e incapaz de apurar un breve rosario de profanaciones morales, una guía
cosmética ilustrada y veraz, un correlato cósmico no indignante, vamos con lo que ya sabíamos,
nuestra ignorancia es nuestro deber; y la nada que saca tiempo de la nada para reinventarse en un monólogo
ingenioso: érase una vez…



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores