domingo, 31 de enero de 2021

el final del camino

 

Solíamos recostarnos en algún lugar, nunca el mismo. Solíamos
ver pasar trenes diferentes. Al día siguiente, un meteorito, algo bastardo inventado
para soliviantar nuestras mentes infantiles. La opción
número uno era leerse el libro de la semana, luego repartíamos
golosinas entre todos, jurábamos por lo bajo.
 
La luz entonces tenía otro sabor, constaba, entonces, de otros elementos
básicos, otra manufactura. Para empezar, venía de otro mundo. Nuestro
mundo giraba alrededor de una métrica
inconsciente, un cuarteto vagamente
adornado.
 
Éramos felices como un reino, felices como un arma
blanca, como un desembarco aliado, cortados por el único patrón de la noche,
invencibles a la cruda manera de los cobradores. El futuro acordonaba nuestros sueños, establecía una guardia
insobornable, suspendido sobre nuestras cabezas
como un falso reflejo de la vida.
 
Cada día salíamos de casa hacia la ausencia, hacia una sensación de desarraigo que era
como el café de la mañana, que era un estado de necesidad. Nuestros
pasos seguían la ruta del insomnio, una pauta sonámbula, un peregrinaje
sin rumbo. Al final del camino, un Ángel con sandalias de plomo
(ojos árticos).
 
Entrábamos en el pasado con la capucha puesta, solíamos
acostarnos como si hubiéramos caído, y la gente venía a levantarnos del sitio, venían
las abejas, los gorriones, venían las barras de los bares, las puertas de los cines, los órganos
cautivos de los templos, hasta el viento se acercaba
a nosotros y nos soplaba al oído
su promiscua, chiflada melodía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores