martes, 26 de enero de 2021

todo el mundo

 

Cada persona y su espacio natural,
su distancia de sí, su delirio autoinmune. Muere un universo
completo, su cadáver apesta, se interconecta con la sobriedad del paisaje consciente. Nuestro
universo abarca una lectura apresurada de la realidad, algo de sentido del humor, un bote de remos,
abraza la nostalgia de la tierra, la vastedad cronometrada de la bóveda
celeste, los papeles pintados que rivalizan con el haz de la tormenta.
 
La suma de las burbujas personales
constituye el mundo (pero no todo el mundo). Nuestro unicornio difiere del tuyo, nuestra brujería
tiene menos poder, el tamaño de nuestra galaxia es insuficiente (infinito menos uno), es menor. Nuestro
licor no embriaga tanto, nuestra cerveza es más rubia,
¡nuestro cuerpo no pesa esa barbaridad!
 
Hace tiempo que vamos a morir. La gente se muere como si fuera a la compra,
como el niño que olvida el recado de mamá. La gente muere a paletadas
en cualquier estado de conservación, cualquier estado civil. A pesar de todo,
no existen los milagros.
 
A veces nos morimos a las nueve de la noche (una hora decente). Lo explica
la literatura con lujo de detalles; los cementerios aguardan el ruido de la pala
excavadora, la fosa común espera su contacto, el contrato diabólico. Son pompas de jabón
que estallan con violencia revolucionaria, se rebelan, describen un proceso
fotográfico, una cinematografía interior.
 
Personas inválidas, bellas durmientes, todos muertos al pie del Everest. Cada persona a su espalda,
cultivando un temblor de rosas lívidas. Este universo
aprieta un poco, hay que sacarle el dobladillo, habrá que ponerle rodilleras.
A este universo le sobran cerraduras y le faltan botones
para el frío que irradia tanto amor.



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