martes, 2 de febrero de 2021

un aeródromo en marte

 

Ahí está el aeródromo (o existe), paseamos
con la cabeza volada, los brazos en cruz. La hierba, alta, el cielo,
al alza. La hierba que crece desordenadamente, alígera y transportable, requemada. El cielo que crece
desaforadamente, lienzo perpendicular al cielo que todo lo ocupa (también los cuerpos).
 
El esqueleto de una avioneta ligera
descansa elástico con una pista por delante, los ojos se te van a la celeridad y el desapego, ves una mosca
y la sigues con la mirada, ves un pájaro que compone
la silueta del viento.
 
Mucho asfalto para espabilar en seco, grandes contrastes; los chavales
costean su desesperanza con amplia economía de gestos, se ahorran
la mitad del sueldo base, fuman base, se basan en un concepto
infame, un espacio archivado. Compadrean.
 
Ella retorna en el segundo inmediatamente interior al verso,
avanza una corona de cabellos vivaces, parece un ser humano pero aniquila de lejos, desbroza el campo,
amenaza a las rosas, inaugura momentos de clausura pero construye
eternos hospitales. Su nombre no es Destiny® (desaparecida); se emplea a conciencia, es
conciencia de sí, el colmo de su lugar en la tierra, es forma del tiempo
y tiempo en sí.
 
En el aeródromo se funden los espectros, la materia
adquiere una pasividad universal, se disuelve, se iguala, te da la hora o te paga una copa
de más. En los hangares el tiempo vuela, podrías comerte un helado, puedes
hablar con dios (como si nada).
 
Hay un cuadro inacabado, un sufrimiento inercial que sobreviene de la contemplación prolongada de las nubes;
sufrimos la innata decepción de los mortales, así que nos desorbitamos. Próxima
parada: Decadencia; entramos en el desencanto con la visera en la mano y los zapatos
picados, vestidos para un combate estelar.



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