jueves, 28 de enero de 2021

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Tuvimos noticia de la belleza y, luego, vimos amanecer. Destiny® nació, vio la luz
(en qué paréntesis de lava fría, qué isla) cerca de los acantilados de otro planeta, asomada al desfiladero
sin fondo (al fondo, el mar). Desplegó unas alas
únicas e invisibles, súbitas también, áticas también, y con cada impulso cubría una distancia
imponderable, cada aleteo dejaba atrás un mundo,
dejaba atrás el Mundo.
 
Verdad que no nos los esperábamos,
sumidos como estábamos en la desesperación del licor, la vorágine animosa,
sórdida de las drogas, en la politoxicomanía del arte (atte.), atentos a las nuevas exposiciones,
recitales, presentaciones de libros –y actos metaliterarios
hic et nunc–, sucesos culturales que vienen a acometerse en librerías y otros
sótanos profundos.
 
Ya nos veíamos encerrados en la perrera sin mover un músculo,
como muertos de terciopelo o muñecos de peluche, inmóviles durante una eternidad, rozando, rezando.
 
Ya nos vemos perseguidos
por jaurías, o en un piso 25 asomados al éxito (al fondo, un río) de la Avenida, dominados por el odio,
víctimas de la razón, sin un trozo de pan que llevarnos a la boca, compitiendo por el bocado
hambriento y la lata de cerveza sin alcohol.
 
Arte poroso y comestible, dinamitando todas las neuronas, explotando como una supernova
mental hacia otros sistemas planetarios, en una zona de formación de estrellas jóvenes como demonios vestidos de azul.
Ensordecidos pero sensibles a la dignidad
perdida de la poesía.
 
Destiny® ha nacido y viene, ya viene profetizando su inocencia y la nuestra,
nuestra decepción. Coronada de flores, crucificada –metafóricamente– en las redes
sociales, tan hermosa como un libro abierto por la página dos. La tenemos enfrente con toda su milagrería,
todos sus útiles de locura, todos sus ojos, la tenemos del lado de la oscuridad,
juntos como sombras alcanzamos la noche, luego,
vemos amanecer.



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