martes, 21 de septiembre de 2021

kipuka

 

Fuimos felices
viendo la televisión, canales y retorno, frecuencia de actualización,
metros de cable y, cada día, Laura
prodigando sus dones, desplegando su magia cada nuevo partido, una sublevación de la anatomía
(y la altura). Retornamos
al desierto donde la materia se esconde, la arena
es plato único, es el brunch.
 
Testigos de una erupción volcánica, la seriedad de todas las cosas
fúnebres, la necesidad de una extremidad entre dos vagas líneas de pensamiento,
después, el aturdimiento que sigue a la palabra
escrita, la fundición de un estado emocional que no es amor pero se le parece un rato.
 
Será que el continente es una gran kipuka (visto desde
cerca). Basta la palabra hawaiana para designar el terreno que se salva del beso ardiente
de la lava. El barrio es un espacio
protegido por las estribaciones del Parque, las bandas
arrojan un resultado excelente cuando se trata de servir
y proteger (kipuka!).
 
La televisión por cable, esa fibra óptica fuente de sueños milenarios
ese encantamiento poderoso y felibre que guiaba nuestra pluma
hacia el misterio de la felicidad los días de partido. La genialidad de un deporte de contacto, una exhibición
bukowskiana en toda regla.
 
Somos afortunados ahora que el tiempo nos sobra como si estuviera de rebajas en el supermercado de la esquina
(que lleva un siglo sin abrir); la hierba ha consumido su porción del pastel
existencial pero quiere más, es insaciable, la hierba. Nosotros nos fumamos el recibo y la factura
de la luz, nos fundimos el arte que transita su viciosa soledad como un frontispicio o una selva,
besos humeantes parten de nuestros labios
siempre en dirección al norte
tan jodidamente oscuro
y feliz.



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