Tú no habías sufrido lo bastante. Tenías que recibir tu castigo por
quererla.
(Constance, de Patrick McGrath)
Tres
rosas rojas rozan la penumbra con su corazonada anunciación;
son
un vestido de verano abierto por la espalda,
triple
salto mortal, tirabuzón de seda, presa fácil, tan fáciles de cortar
con
los dientes: así (si con un beso no se corta una flor).
Otros
labios rojos besarán su cuerpo, se confundirán con el brillo extenuante,
serán
parte de ella, sangre de su sangre antigua.
Habrá
una rosa negra de sangre azul precipitándose al vacío.
Las
muchachas irán a ver pasar el agua cubiertas de luz, su encanto
recibirá
postales del futuro. Una de ellas meditará su primera palabra
y
guardará silencio mientras comienza el ocaso del baile.
Pues las pequeñas rosas viven sobreviviendo
al cisma, interrogándose.
¡Son tan imaginarias! Imaginan un campo,
hierba aterrizando hacia poniente,
silbos duraderos, aves últimas con galas
tropicales: el jardín que no les pertenece.
Santo jardín.
Oh,
sacramentales rosas del invierno, ¡decidíos!
Una
historia completa, un cuento que exprimir frente al reflejo del estanque,
y a
pesar del arpa. La gente que merodea, tanta gente en el jardín
ocupando
los bancos, paseando cogida de la mano de alguien que no se ve, no está.
Las
mujeres, los niños arreglados para el trabajo del parque,
los
jóvenes ruidosos atravesando etapas, humeantes y pálidos.
Cada
muchacha tuvo su rosa roja, su ángulo peinado haciendo efecto
en la
cara radiante, en los ojos pintados de turquesa. En el alma siguiendo la raya
de los ojos,
su
raya azul airado de infinito cielo. La rosa con la curva
y
cada rosa con su movimiento único, mezcla de conciencia y cálculo
(arándanos
y nueces y coches de bomberos).
Pero
una de ellas, la más hermosa, casi redonda y fértil, casi a la sombra,
como
escalando la pared más alta, hiedra y rosal, con esa agilidad de extremidades
plenas,
piernas
profundas como ramos de aire, medallas en el pecho, lazos al cuello, horcas,
balas
de sangre, extrañas trenzas como filtros de amor. Negra con el pelo negro
a la
temperatura del sol, la más hermosa, casi tímida, casi pasando frío,
sentada,
reclinada a la sombra de los pétalos,
solo
una de ellas,
tan
atrevida por naturaleza, revelará su nombre apegado a la tierra
y la
rosa obtendrá su bautismo y su incendio reducida al breve impacto de una imagen
menor.
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