sábado, 2 de junio de 2018

aquí la vida sigue como ausente


Todo y su final; hasta la muerte
acaba, y la conciencia, tan extraña, tan muerta, compite con el vacío por una gota de sangre.

La vida es tan injusta como el arte, como la literatura y sus malas
acciones, aciagas consecuencias. La vida es una metáfora de la vida, anáfora de vida.
Repetimos: la poesía no es tabla de salvación; la poesía no es un género profundo,
no generalicen; cualquiera puede subir una montaña y comprobarlo.

Parque, género, palmeras, olas. Relaciones extrañas como en la conciencia de ser,
como en la manera de ser; una parte en el poema, dominante, extraña-
mente poco original.

El invento y la generación, la generosidad experimental y sus categorías; morirse
es la metáfora de no-morirse-y-seguir. Aquí las nubes siguen mortificando, los perros siguen como ausentes, la sangre
agita miles de sorpresas por segundo, ofrece una familia cada vez.

Pintamos de amarillo la cara de los reyes, pintamos de amarillo la valla de la luz, de un oliva
perfecto la superstición. La bandera ha agotado su presencia, la palmera, sin embargo (pretende).
El Parque es (en último término) un súbito determinado, parada y fondo, el premio a la constancia;
y esta Naturaleza no sirve, no tiene motor.

Jordan mira hacia arriba; una canción parece
descender de aquel infierno, es un sueño que no refleja un sueño, algo
que acaba otra vez. Una frase montada en su prosa equitativa, la novela en su caballo de latón.

Todo es de cartón, hasta los dibujos animados, los fantasmas,
las cárceles de dios. Y todo hasta el final, como la sangre que inflama los tendones y las calles,
sangre deliciosa que da la vuelta al mundo, se consagra sin salir del corazón.

También el aire halla su remate a la cola del viento, también el agua se eterniza en el ápice hermano de la espuma,
imprime el fuego su agonía en la arena incontable y la ceniza, y el amor se renueva
en las rosas que cruzan su mirada de gloria.



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