jueves, 11 de julio de 2019

nuevos ricos


Una vida en la literatura para no saber cómo
[apiolar, engrasar, ajardinar, apadrinar, rellenar los colores sin pasarse de la raya]
inventarse un libro, sea un libro raso y sin condecoraciones.

Bien entendido que un libro consta de: páginas
y páginas finales.
Entre medias, entre líneas, omnipresentes como dioses de regalo,
van los formalismos.

Que la literatura es forma lo saben hasta las personas jurídicas que no pagan sus impuestos
(lo sabían). Para triunfar se necesita una mitología serena y ocurrente:
de Isla Crimea al Parque inmaterial y su Avenida completa hay un ancho espíritu
finisecular, una fantasmagoría de incalculables proporciones líricas y un error de estilo con sus afluentes.
Tenemos la valla pintada de amarillo por Jim Crow y sus secuaces bíblicos, tenemos el Pasaje y sus insolaciones, los juegos reunidos Ender, la meritocracia de Emily D.

Apilando nombres famosos al azar, concretando la fama y los remiendos
intestinos de la escritura audaz, el ansia de la publicación y su arrastramiento subsiguiente (editorial). El autor
disminuye una vez publicada la obra, pasa a segundo plano y se convierte
en corredor de apuestas, minorista, buhonero y corresponsal (pero eso ya lo saben –lo sabían–
hasta las personas físicas, netas contribuyentes).

Destiny

Tenemos Ángeles y pequeños seres rematadamente alados, mosquitas muertas (en argot).
Destiny fantasea (tu quoque…) con una idea esponjosa y trivial,
el argumento decisivo, una sobreactuación sobre todo el universo y su extrarradio
multidimensional, un compadreo
semiautomático con personajes de última generación, sui géneris (del Génesis),
y chicas malas.

¡Pues cómo se da brillo cuando las cosas se tuercen! y deja a la gente sin máquinas del millón.
Está leyendo un libro y ya subraya las páginas finales
llenas de formalismos y coyunturas exóticas, estructuras de ficción
y marrullerías léxicas, fingimientos y saudade.

Página final

Una vida sin propósito de la enmienda,
en el fango de la autorización y sus movimientos tectónicos hacia la mansedumbre, sin auténticos
rasgos realistas, aupados en la vileza sorda del teatro pobre,
nouveau riche de una poesía despojada de su eterna palabra.



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