domingo, 3 de noviembre de 2019

fever


Dulce el eco de la civilización, máquinas de ideas fijas,
constructivas, altas grúas esbeltas como maniquíes. Dulce la gramática
estructurada, letras inmóviles como estiletes clavados en la ignorancia común,
púas en un tejado invernal.

Qué gran autora, su obra consta de: dos novelas. Empezamos por la última,
tan completa; sorprende su manejo consistente de la fama –o de la trama–, su estilo refractario, qué diferente
de la otra poseída por el ansia, en deuda con la literatura, ah, esa necesidad de quedar bien:
miedo y glamour. Párrafos brillantes, páginas
entintadas de argamasa instrumental, gramos pesados de estricto
fundamento lírico, líneas imperecederas y, sin embargo, esa pausa para mirarse en el espejo,
esa extravagancia del adorno y el arreglo, frases tan arregladas como si fueran a salir –saturday night–,
como invitadas al baile pero con un palillo entre los dientes.

El Parque sale por ahí en todas las novelas,
incluso en los folletines decimonónicos y las historias por entregas, fascículos
lumbares, infinitos capítulos de una saga de nombre
compulsivo. Si hay un pájaro, hay. Si una brizna de hierba, una columna de humo, un rumor
de carcajadas abiertas, si existe una sola nube formada y formidable,
disecada en el cielo, desflecada –como dice Gainza–
en puro tránsito celeste, ahí se encuentra, en su esplendor artístico,
dejando un rastro de sangre ensangrentada, una relación de huellas, un despiste de pisadas
generales como rodadas de un carro americano.

Y todo tiene que ver con el primer espasmo,
la primera y anónima premonición alimenticia, el sabroso conteo de los folios acabados, el ritmo
jazzy, innumerable de la palabra que rebota contra los márgenes de la pantalla
como una pelota de ping-pong, como una bola de billar, un lujo, un cambiado con efecto (siempre a la izquierda),
el retroceso que examina la cultura del taco, esa consistencia
usada de los adjetivos pálidos.

Ahora mismo, por la Avenida, un Ángel planea sin nada en la cabeza,
sus alas forjan una corriente que se sacude el polvo de la gloria, acentúan la tristeza del aire, mienten
como un semáforo en rojo o una constelación a fin de mes,
cuentan la débil sonrisa de la sombra equivocada.



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