lunes, 11 de noviembre de 2019

mandine viaja (a parís)


La inocencia embrutece al mundo; Destiny® simula una suerte de inacción
mecánica, una falta de gesto,
no parpadea.

Cuervos circulan malos augurios,
ah, esta desnutrición emocional, este cártel pasivo. Todo son ventajas en contra del amor. Apenas
brilla y ya está improvisando un espacio reservado al desaliento, para la soledad.

Vivir en una ladera, cerca de un bosque y no en París, ser como Mandine y recrearse
a cada instante en la serenidad de algún océano de hierba, la curva de otro cielo más puro que el de ayer,
inflamarse ante la sombra certera del abismo, descubrir un manantial
de palabras compasivas.

El silencio te agarra por la solapa del abrigo. Hace un frío
carnoso que recuerda a una felicidad injusta, cierta clase de pletórica tristeza. La chica más hermosa
de la tierra refuerza el eco positivo del ambiente; es en la búsqueda que se reconoce el valor de la sangre,
vuelve a latir el corazón, los labios
brindan el nombre accidental de la belleza.

Existe un beso fácil
e indecible. Besar a Destiny® no es un reto, sino una noticia falsa. Es preciso
desmentir el deseo, desarrollar un respeto
instintivo, una solución amarga.

Cuando las manos realizan el ademán exacto
e invitan a una contracción de las posibilidades, el rostro induce a la sospecha, se muestra
ajeno y su pureza
golpea como un puño cerrado en el estómago, como un grito
usurpado a la vergüenza.

En este mundo de creyentes, florecen las malas lenguas, los ojos
bajan la vista, la vista cae por un tobogán cinematográfico, la vista es un pájaro y, a vista de pájaro,
divisa otra realidad impermeable a los sentidos, construye un verso ciego  
para la soledad.


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