viernes, 1 de noviembre de 2019

a verlas venir destiny®


Ahora Destiny® se comporta. Observa un comportamiento
razonable, irrespirable, su belleza no azuza ni vulnera más allá de lo que hieren las buenas cosas
que duelen de verdad. Dicen que el clima es determinante; en el Parque el clima
es determinante: frío
polar.

Se producen asociaciones inesperadas: Gericáult y De Creux
(gracias al nervio óptico* y sus resonancias inesperadas). En efecto, los museos.
Qué redundante describir un cuadro; resulta improcedente, uno vacila y pone la voz en off, se encuentra
resumido en una conducta inexplicable,
no guarda la compostura,
uno parece inmerso en un programa de TVE (mirar un cuadro se llamaba).

Te miras en el espejo y ves un programa de hace cuarenta años que te devuelve
encima toda la comida atragantada y todas las litronas trasegadas y amargas, todo aquello
tan rancio como una cancioncilla infantil que se te hubiera metido en la cabeza.

El clima condiciona la literatura, que se representa a sí misma en la cama
con un termómetro y una bolsa de agua caliente, un ladrillo caliente para los pies helados,
la literatura y el té de las cinco, así que los ingleses
escriben con demasiada pulcritud y poca gripe española, escasa neumonía.

Destiny® se comporta como un peón bien enseñado, un corifeo,
una señorita también. Es como Portia defendiendo su diario de la curiosidad familiar, o como alguien que disfruta
de una temporada en el museo. Cuando los cuadros aparecen
magullados es porque el restaurador ha reblandecido su conciencia, ha abrazado
un buenismo retroactivo que recapacita, y duda.

La mirada del Ángel puede volverte del revés, puede
rescatar en ti a un niño indeseable, una sonrisa de hace un millón de años. Detrás de sus ojos rutilantes
hay una historia, un recuerdo trasnochado; es como el retrato
perfecto, un ciervo herido, toda la materia de los sueños condensada en una maldición
que no se ve venir.

*El nervio óptico es el título de una novela de María Gainza


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