miércoles, 27 de noviembre de 2013

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Ella tiene dos ojos para comerse el mundo.
Ribeteados de espuma -mar adentro- danzan al borde de una atalaya perfecta.
Ojos lectores, atentos, despistados, alegres. Ojos redondos
como planetas recién descubiertos. Ojos en órbita, desorbitados,
líquidos ellos liquidados en público. Crónicos ojos
para no ser prevista,
para que no se note su indeciso retorno.

Sus ojos de un vistazo desde algún punto débil, desde la altura
débil y a punto de caer. Ellos solos (descalzos), dedicados al baile,
pero solos al término, obligados a ver más allá del espejo.

Ven un paisaje; captan la única sombra que no es suya, que no les pertenece,
una sombra que nunca ha sido azul. Todo lo ven, van
viéndolo todo: el aire. El aire es un meteoro que apenas puede verse
(cuando el viento), metáfora de todo lo que existe; y lleva un traje gris.
El aire -dice- es triste
porque nadie lo ha visto haciendo travesuras (y así crece y se convierte
en un secreto dios).

Primero ven el aire y entonces ven el sol. Ella tiene dos ojos para comerse el sol.
Hacen falta dos ojos históricos, antárticos, ambos hechos de bronce,
inclinados, acaso, a la melancolía, el desarraigo,
la visión panorámica del cielo.
Dos rubíes atlánticos. Dos maravillosos. Los Dos.

Los planos del futuro. Mira y construye. Mira y destruye. Mira.
Y mira. ¡Pues vedla edificando un mundo a su medida!
El futuro comienza en el momento. Ella siente que aquello le concierne.
Algo. Lo mira de pasada, sonríe su mensaje. La sonrisa
es natural que caiga de los ojos. Se le cae la sonrisa de los ojos
            para verse mejor.

Ella tiene dos ojos para decir adiós, pero no lo consiente. Dice ahora y lo dice
en la boca del sol, mientras sus ojos se rodean de luz, de qué manera se rodean de luz.
Mientras la noche es presa de una luz acuciante.








2 comentarios:

  1. Vaya, gracias, Marco. No sé si todavía necesita algún retoque... Ya veremos. Un abrazo y gracias de nuevo.

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