Ella tiene dos ojos para comerse el mundo.
Ribeteados de espuma -mar adentro- danzan al
borde de una atalaya perfecta.
Ojos lectores, atentos, despistados, alegres.
Ojos redondos
como planetas recién descubiertos. Ojos en
órbita, desorbitados,
líquidos ellos liquidados en público.
Crónicos ojos
para no ser prevista,
para que no se note su indeciso retorno.
Sus ojos de un vistazo desde algún punto
débil, desde la altura
débil y a punto de caer. Ellos solos (descalzos),
dedicados al baile,
pero solos al término, obligados a ver más
allá del espejo.
Ven un paisaje; captan la única sombra que no
es suya, que no les pertenece,
una sombra que nunca ha sido azul. Todo lo
ven, van
viéndolo todo: el aire. El aire es un meteoro
que apenas puede verse
(cuando el viento), metáfora de
todo lo que existe; y lleva un traje gris.
El aire -dice- es triste
porque nadie lo ha visto haciendo travesuras (y
así crece y se convierte
en un secreto dios).
Primero ven el aire y entonces ven el sol.
Ella tiene dos ojos para comerse el sol.
Hacen falta dos ojos históricos, antárticos,
ambos hechos de bronce,
inclinados, acaso, a la melancolía, el
desarraigo,
la visión panorámica del cielo.
Dos rubíes atlánticos. Dos maravillosos. Los
Dos.
Los planos del futuro. Mira y construye. Mira y destruye. Mira.
Y mira. ¡Pues vedla edificando un mundo a su
medida!
El futuro comienza en el momento. Ella siente
que aquello le concierne.
Algo. Lo mira de pasada, sonríe su
mensaje. La sonrisa
es natural que caiga de los ojos. Se le cae
la sonrisa de los ojos
para
verse mejor.
Ella tiene dos ojos para decir adiós, pero no
lo consiente. Dice ahora y lo dice
en la boca del sol, mientras sus ojos se
rodean de luz, de qué manera se rodean de luz.
Mientras la noche es presa de una luz
acuciante.
Precioso.
ResponderEliminarMarco
Vaya, gracias, Marco. No sé si todavía necesita algún retoque... Ya veremos. Un abrazo y gracias de nuevo.
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