Retrocede. El tiempo se pronuncia y retrocede
enhebrando su diente de tristeza. Hacia un
momento simple;
simple como una declaración, un acertarse en
pleno rostro
con un beso.
Es la hora de los labios que se duplican
dentro de su ciudad perdida, labios hondos
para no hablar de amor.
Del suelo, se recogen los párpados,
la vista al frente de la voz, se recogen los
sueños vacíos de sentido,
simples como una barricada en lo más alto.
Ella reconoce el momento
-perseguido a ojos ciegas- y profana el silencio
con su débil anuncio.
Su tibia soledad se aproxima al extrarradio
del tiempo,
donde todo sucede una vez más.
Al fin, dice Te Quiero con la mirada puesta
en aquel cuerpo oscuro.
A la luz del sol, es libre de adoptar la
sencilla claridad de su ídolo.
Él recoge el sonido con las manos muertas
y se maravilla del trazo robusto pero anómalo
en el aire,
la forma oculta que emerge de golpe,
sin intermediarios.
El fuego se hace eco
de la palabra
e ilumina la salida del templo. Un pájaro
frota su imagen contra el espejo del mar
y los diamantes saltan como negros relámpagos.
Los ojos redoblan su promesa.
Retrocede. El día se repliega hacia la noche
que promueve su fosa de color.
Las almas recuperan su grandeza. Y todo es
inocente, simple hasta la náusea de dios.
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