lunes, 5 de octubre de 2020

algo superior al verso

 

Despersonalizada, la luz vuelve a las calles. Las chicas salen del aula
y se dirigen –son teledirigidas– al parque más cercano, bromean, cuchichean,
aluden a las columnas de humo, cuentan bocinas,
siguen el campaneo inmisericorde de las aves; compran chucherías en aquel puestecito aterrador
(protagonizan la sitcom del extrarradio).
 
Hay otra poesía de alto impacto: papá entrando en casa de puntillas, llevándose un dedo a los labios,
ssshhh… (algo palpita en el recuerdo, algo superior al miedo). En teoría,
las chicas salen del colegio y se liberan, encienden cigarrillos
rubios, cortan el aire con su nimbo corporal.
 
La casa está vacía, es un muñón de la ciudad en llamas,
sangra baldosas, marcos y ventanas, lleva la pintura en la sangre. Dentro, el padre
dijo adiós hace mil años (mamá
fuma sentada en la escalera de algún otro edificio paralelo); los perros
no se atreven a mirar.
 
Cosas ingenuas. Las chicas salen del trabajo con una sonrisa
abatida, encienden sus pitillos, conspiran contra la realidad. A veces ocurren accidentes
a cámara lenta, gente que se precipita, entonces, la fábrica se convierte en un plató de televisión y la oficina
apesta a alcohol medicinal, pero la ambulancia solo se salta los semáforos en la pantalla.
 
Hay una poesía de alto rango que flota en el ambiente como algo
más oculto que el miedo, camina por el barro con la frente alta, se dirige al parque más cercano
y canta, muestra una educación que no le pertenece. Su voz tiene la piel oscura como el cielo, la piel tan clara como el agua
dorada por el sol.
 
La luz salta a los pájaros, las chicas afilan los colmillos del hambre,
hacen sombras con el mundo, golpean sin compasión, su poesía muerde como el hambre, produce las bases
en el corrillo del parque, llega molida a casa
buscando a tientas un hilo de silencio.



Léon Spilliaert (1881-1946) - Vértigo

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