sábado, 3 de octubre de 2020

y sentimos piedad

 

En algún cielo con hache intercalada, en alguna región inobservable,
late la coherencia perdida de este mundo. Destiny® ha aparecido en un espacio
chato, llano, que no te cubre la cabeza, es decir, en el campo mondo y lirondo junto a la hierba y los arbolitos
quemados por el sol, junto a los senderos calcados unos de otros, cerca de la plastificación de la memoria.
 
Ahora tenemos una troupe de Ángeles sin sentimientos
(visibles), vanguardia literaria de muchos quilates, una reunión seudorreligiosa de muchas
mentes intratables, muchas almas, álamos y alerces, la juventud
reventando de felicidad y aseo, la fortuna del cuerpo dando a luz.
 
Y sentimos tanta piedad, tanto equilibrio. Dentro de la manufactura, como parte del entendimiento
particular reservado a los seres inocentes, como extracto de un trabajo
delicado y sencillo, aparece el fulgor
del verso varios metros bajo tierra, bajo el agua que te cubre una cuarta
por encima de la respiración, separado del Arte por la temperatura glacial de las esferas.
 
Otro dios, en otro mundo, en otra versión espontánea, la enésima
bifurcación, el mandamiento hipocondríaco de la física. Pues Destiny® (y sus hermanas también), alcanzan
a diferir su traslación, son capaces de advertir el mínimo
desvío de la forma, su insana réplica, distinguen
entre infinitos aleteos aquellos que serán necesarios para la naturaleza,
los más caros al molde original.
 
El infinito llora sin efectos de sonido, se mira en el espejo y no ve nada,
su nada tan hermosa, el vacío de la totalidad, el único hueco de ningún color, la noticia
averiada, el karma a gran nivel de los albañiles de New York, la novela del viento. Oh, ha dado a luz el redoblado
séquito de las conciencias, otro número enorme, una fracción inteligible de la oscuridad:
esta rama poética del tiempo.



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