viernes, 23 de octubre de 2020

ese don

 

En la sala de espera (es el vestíbulo de la estación), Destiny® lee una novela
corta. Escribe con dos dedos –código morse–, escribe con las uñas pintadas de pintura, dilapida
todo un elenco de recursos antirrítmicos. Mientras escucha lo último de 9th Wonder, la última llamada
al desaliento, mientras inspecciona el nuevo grafiti de la puerta del baño, memoriza el último
chiste malo de la crew.
 
Está aquí mismo, con su precariedad novelesca, novelada,
interiorizada como una enfermedad o un sentimiento, con su lucha de clases
intacta, esa instalación no artística, no efímera, que la representa. Sigue el paso titubeante de los débiles, sonríe
a los ancianos con exquisito tacto, ofrece su boca de lluvia a los peregrinos sin rumbo.
 
Destiny® lee sus novelas extranjeras en la lengua nativa de otro cuerpo (llamadlo traducción
simultánea, ubicuidad). Este don de lenguas que posee, don de gentes,
esta manera de situarse en todas partes y hablar en el idioma de la fe que se pierde, de la luz que renuncia,
del frío que amortigua la caída del cielo a media tarde.
 
En el vestíbulo de la estación, en la terminal del aeropuerto, en la fila insolvente de la resistencia,
en la habitación del pánico. Su libro se titula Poesía, siempre acierta: barro se llama;
su libro lleva el nombre de una novela cualquiera
no publicada, no deseada como un hijo no deseado, abortada en el preciso
instante de la revelación, reducida al momento incompleto (ficticio) de toda obra descollante.
 
La inspiración termina en un segundo; pero la novela exige clarificación y distintivos, galones de combustible,
pintas de cerveza, malas pintas, extravagancia y una mirada impura, algo del sur, algo del norte,
incómodos divanes, frazadas polvorientas.
 
Respira, inspira, Destiny® sonríe con la mejor sonrisa de la galaxia en curso,
con la mejor maqueta del ensayo en ciernes, la filosofía de la emergencia, la historia de la historia. Su mano
procede de un cuadro antiguo, sus labios pinchan como las espinas de una rosa tímida,
su materia se funde con la materia inapelable de los sueños; y de todo ese tiempo
surge la verdad, ahora envuelta en el fondo inmortal de la distancia,
hermosa como nunca fuera desmentida.


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