miércoles, 14 de octubre de 2020

palabra de honor

 

Pues existieron príncipes (si la conciencia
obrase como campo vibrante, general y sensible, de nuestras emociones), también
el porquero ambiciona vivir a cuerpo de rey. Mas el cuadro todo lo silencia, la belleza
efímera de la nevada, el carácter del sol.
 
Ella tiene hambre y sed, también desea su línea de guión, su traje espacial, su Estocolmo
dorado, las trenzas y el estanque. Frente al Arte, se consume
como una vela que devora su esencia. En su pensamiento, la belleza existe
solo en un estado, es un perfume social, la consumación del futuro. Mañana
habrá nacido el sol de nuevo, será un día de caprichos y enigmas; el futuro arde en los bises de la historia,
siempre suena a canción de despedida.
 
Entonces, la chispa se derrama, la mente gira y contempla
el milagro de la pausa. Es una charla amigable y completa entre objetos virtuales, seres
distantes, héroes del fake. Han visto el mar y su nostalgia ha perdido la cuenta de las lágrimas (en su interior,
interferencias que ponen en peligro la integridad de la forma).
 
Metafóricamente, digamos que se piensa; la idea
se condensa y fluye como un caudal de plata, un río indispensable. Sigamos la corriente a la realeza,
seamos príncipes injustos. También el artista merece un planeamiento, una esquina a su nombre. Un maravedí.
 
La idea sale a ver mundo, lleva una medalla al cuello. Es
una mala idea (la gente está en su derecho). La gente se explica, debéis comprender la noción del espacio
vacío, el diáfano concepto de la mística. En el poema se expresa una verdad
sin límites, extrovertida, mostrenca, borrada de un plumazo,
pero cierta.
 
Sabed que la belleza es un elemento
tentador, sus tentáculos se expanden y llegan a lo más hondo de las almas,
su frente lleva en la frente un símbolo prohibido, es portadora de la angustia y el sentido ebrio de la vida; su carne
es diferente, tiene un sabor a sombra, un gusto endemoniado.


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