domingo, 2 de mayo de 2021

elogio del cristal

 

Queda lejos el Paraíso; seguimos el rastro
septentrional de las palomas, nos aclimatamos. Laura no suele agotarse,
no se emociona demasiado, su belleza ―escudo de tormentas― se desintegra lentamente,
a cada paso encuentra un espejo distinto que le devuelve una parte de su alma.
 
Tenemos el Norte en la memoria como un rayo, tan físico que quema, tan al rojo vivo de la noche
eterna, al compás de los elementos
químicos y su magnetismo. Algo subsiguiente, emocionalmente
tardío pero también absoluto, un desgaste de las proporciones: el frío
y su séquito de agujas, su partenogénesis
universal.
 
Abrazamos un copo de aire por los ojos,
es la huella, el encanto plastificado en una melancólica
opción, una opinión  en contra. Parece darse un acercamiento al embrujo lunar y sus casualidades, su reciclaje
de las estaciones, el estricto compendio que escenifica un rectángulo de hierba.
 
Laura acomete una pasión, cobran vida sus hoyuelos,
sensibles como reinos vegetales, como flores recién nacidas al paisaje.
 
El Arte ha fracasado en su encomienda, ha degenerado radicalmente, su fortaleza
es el pálido esbozo de una sonrisa, su música
sigue la pauta exánime de la soledad. El amor se arrima a los espacios vacíos, tiene esa facilidad de enemistarse,
esa sordidez de las naturalezas muertas. El amor es un Parque rodeado de nubes,
templado por el viento que recoge la fórmula del hielo
y la deporta, y la detiene y sangra su temperatura corporal, sus grados bajo cero,
su negacionismo. El amor en un suspiro bajo tierra, en una nota solemne, un pálpito, una sobredosis de cordura, el tierno
desarraigo de las mariposas y el encendido elogio del cristal.



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