lunes, 31 de mayo de 2021

gente de la nueva dimensión

 

Descubrimos el Parque cuando
estábamos muertos, cuando andábamos muertos como so(m)bras de la naturaleza. El sueño
era posible, nuestros cuerpos formaban
ejércitos sublimes, competían con el cuerpo místico de los insectos
primaverales; aquel mundo verde protegía.
 
El Parque es enorme
como una habitación (enorme), gris como una habitación resbaladiza (pues ha llovido: ayer). Circulan
bestias inopinadas, bastiones alzan su estructura monástica, de fondo suena una especie de llanto
que al final resulta que es J. Cole, una especie de alegría que al final
es Little Simz.
 
Almas que rasguean la guitarra del Arte, fantasean con un sonido
utópico no, distópico no, estacional. El poeta se aclama (y es exterminado); nadie
estudia el verso pintado en la pared.
 
Destiny® y sus amigas ―que no existen― andan como muertas con sus libros y sus cigarrillos;
el humo que desprenden, el calor que desprenden sus cuerpos
estilizados/esterilizados, tanto que a punto de echar a volar, casi volcánicos
como metáforas incalculables.
 
El mundo discutía, porfiaba en estallidos mínimos, alfombraba el camino hacia el espacio, el mundo
elucubraba consigo, autorizaba las patentes de la noche y el día,
confiaba en la luz de los espíritus. Y la música surgía de la nada, recordaba a un pequeño
frente, un objetivo llameante. El cielo tenía ojos ―entonces. Y los aviones
regían el pulso de la historia, corregían las faltas, las baldosas
sueltas, las ramas quebradas, obraban
vestigios de civilización.



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