miércoles, 19 de mayo de 2021

naturaleza en seco

 

Entonces el Ángel sufrió el primer
abuso y gorjeó como solo había oído antes llorar a las palomas: por no asear
su habitación (lo que tuvo consecuencias).
 
El amor era algo que andaba por detrás de la pared, algo sorprendente. Pero el odio
latía como un corazón robado, palpitaba aspirante, alejado de la mano de dios.
 
Habría que mencionar el clima, que era tormentoso y glacial, o tropical y manso, en una palabra, variable. Y el mundo
se aclimataba a la sensibilidad de las mareas, su comportamiento
acelerado. Los cambios forjaban el carácter, eran capaces de amaestrar las penas,
de contener las conciencias y fabricar relojes mágicos.
 
Magia. El Ángel musitaba una oración que había compuesto (no en cierto idioma polinésico), un poema
final, el epitafio de la consagración, era como un nacimiento
fascinante. Ah, pero el látigo restallaba
fibroso y la sangre forjaba el carácter, lograba columnas y regueros, ríos
marginales que descendían la escalera social.
 
Desde el crisol del horizonte se levantó una fuerza poderosa, leída, un colector de realidades y sucedió
una inspiración: 4 de las 9  Musas fueron
convocadas a la mesa del padre (tal vez más); acudieron al reclamo de la música
y el trino elegante de los pájaros azules e insuflaron
materia a lo que solo era verdadero vacío.
 
Entre vacilaciones, boqueaba el poema, moría entre laceraciones y piedras
rodeadas por una mano excesiva, bombas de humo y mediocridad ambiental.
 
Fue el primer traspié, el primer egoísmo mancillado,
talado como la carne roja de las amapolas.
 
Habrá que pasar la bayeta, recoger los juguetes y ordenar las mil piezas
del puzle sin echarse a llorar.


Tracy Nuskey Dodson, 'Fly'

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