lunes, 12 de julio de 2021

poesía para qué

 

Es un punto negativo, de transición: las alas no pueden
nacer bajo las bombas. Pasamos por un campo de lavanda y el aroma. Hay una exaltación
interclasista: árboles y monte, nubes y desánimo. El descampado se antoja
verificable y así es por el voto unánime de la fauna, que sostiene
el paisaje y sus elementos afines.
 
Todo es poesía para nada,
el silbo y su estiramiento legendario, la terraformación del multiverso; somos
fruto indecoroso de los tejemanejes del cosmos,
sus artificiosos lanzamientos.
 
El meteorito inspira cualquier clase de verso, cualquier novela
corta, incluso una novela importante de Cynthia Ozick o María Garza, un bazuca literario
musitado en los pantanos industriales de la realidad.
 
Contribuye a crear una sensación inestable ―el poema. Es como un barrido electrónico, un barrio
norteamericano con sus casas paralelas, alineadas y alienadas, sus callecitas
mecánicas para que pase el culto Cadillac del KRIT, su melancólico
día de acción de gracias (y su mala
educación).
 
Por eso andamos boca abajo,
diseminados en la tierra nada fértil de la literatura, entre vanos
caracteres, números romanos y números irracionales; conocemos la tabla de multiplicar, nos multiplicamos
como animales felices, es una pulsión
introvertida pero inexplicable: escribimos deprisa, siervos de una nación
entregada al protagonismo insuficiente, la presunción
de conciencia y el fatigoso
descrédito del Arte.



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