lunes, 18 de octubre de 2021

el hábito de la melancolía

 

La estatura no lo es todo, acaso un accidente
intelectual, una prosodia infinita delineada por el Arte; se puede poseer la llave de los acontecimientos,
organizar realidades, ocupar un lugar en el podio de la publicidad o alcanzar
un reconocimiento asimétrico.
 
El poema sobrevive a base de dialéctica y sumisión, vive una larga
transmisión de oportunas secuencias torpedeado por la fama de los otros, ausente
durante largas temporadas de misterio ―oh, ha sido recitado
por el aire.
 
Ojos que se adecúan a la magia y ejecutan
martilleos elocuentes, miran en la mejor de las tradiciones
místicas, planean fuera de la órbita de la literatura, se aparean y desaparecen
(confabulados con animales de fábula y espaciosos
pisos de alquiler social).
 
En el aniñado estante de la librería, circulan libremente
los versos a raudales, caudalosa poesía y resúmenes de sobresaliente ímpetu, impactantes
manuscritos olvidados sobre la mesa de la cocina; hay un monasterio
que podría ser confundido con un motel de carretera, hay
silencios que podrían tomarse como gritos, espadas que ruedan como lágrimas
por el rostro de la soledad.
 
Dentro de la altura, a su altura mesiánica,
portentosa, los milagros se suceden, arden en la pira absurda de la probabilidad: se ha comprobado
que en algunas Avenidas los pájaros conciertan citas y se tragan el humo de la noche, que los tejados
habitan otro mundo y las antenas de la televisión se ríen de nosotros
y nos plagian la melancolía.



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