martes, 5 de octubre de 2021

el signo de la oscuridad

 

Si no la ves, estará por ahí
charlando con la muerte. Si no la vieras más, allí estaría,
callada.
 
Tiemblan sus ojos: es la reacción a un impulso
desconocido, tal vez a una canción inesperada; siente nostalgia en la punta de los dedos,
en la punta del cabello peinado en la ladera del invierno, frente al primer espejo
dorado por la brújula del mar.
 
Todos testigos de la creación, echando
humo por la nariz, sonsacándole versos a la media luna del Parque.
 
Si juegan con las navajas en un banco del Parque
es porque es de noche (y nadie). Si fuman y desnudan la verdad de cada hoja caída, si supieran cuál iba a ser
el claro signo de la oscuridad, creerían,
oh, creerían.
 
Recientemente ha llovido en una esquina
testimonial del Arte, sobre un momento anómalo del aire que respiras; y la lluvia seguía el rastro
formal de los gorriones, su alegre vibrato, su leve transición
hacia la búsqueda.
 
Haría falta un Ángel para que rodasen los besos y las ilusiones
fortalecieran su método. Hace falta un instante no vaticinado para que las ideas
conspiren contra la inocencia y se compongan, para que los ojos reconozcan el charco de su ausencia
y recuerden su próxima traición.



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