jueves, 21 de octubre de 2021

terapia de silencio

 

La lejanía es un efecto óptico. Y con un telescopio prodigioso se podría
atisbar aquella sombra armónica
levantándose sobre la pequeña ciudad al norte de París, su Parque engalanado,
entarimado, su plancha de hojas secas, tal vez su voz
girando entre los árboles.
 
Distancia. Ah, una obsesión como es debido, obsesión por las líneas
rectas y su fecundidad alarmante, su estrategia calculada. Preferimos la ambigüedad y el empobrecimiento
abstracto ―solo amenazante―, la decadencia
de la física y su probabilismo atroz.
 
Muchos Universos adquieren fama en estos versos (son para ella). Ella
destaca en esa labor inapreciable: como constructora de realidades y sombras metafísicas,
de contradicciones públicas (y por su manejo del espacio).
 
Vamos a reducir, a terminar con la tiranía del tiempo. El silencio es
condición de la poesía, su verdadera inspiración.
 
                Aquí pasamos
                por alto su mano alzada, su cabellera y la región inobservable de su pensamiento. Pasamos
                por encima de su ceguera y su estampa
                cotidiana (y de su selfie).
 
Está el alcance de una tirada de dados
trucada por los dioses, está el ángulo feliz del paralaje, la idea que nos acerca a la luz. Por último,
ella, sentada en un banco del Parque, un lugar sin nombre en la trayectoria del deseo,
tan vulnerable como un poema inacabado,
un poema imperfecto, palpitante, como el latido de la pureza sobre
la falsa apariencia del vacío.



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