martes, 5 de junio de 2012

descabellada


La catástrofe llegó por accidente.
Un virus terminator finiquitó la maraña de sentimientos
y acabó con los últimos artistas.

Las madres presenciaron el escándalo
y vieron crecer los dientes de sus hijos pequeños,
les vieron ponerse gabardinas largas y celebrar la barba de tres días.

El bosque, venido a menos, recordó el esplendor de la hierba.
Las máquinas dejaron de capitalizar la atención.
La luz fue reculando hacia los ojos de los pájaros.

Hubo siniestros en fábricas y cuarteles,
laboratorios que cerraron puertas y ventanas,
casas blancas que echaron a volar.

Cerca del centro, las sirenas ofuscaron su espíritu lírico
y los cláxones cedieron a un silencio infantil de puro miedo.
Pasos ingrávidos por baldosas y azoteas,
sombras atareadas.

El grito a punto de palabra, forjando idioma.
Y los miles de gritos musicalizando el fenómeno,
disputándose el cetro de la fragilidad.

No se contrajo súbitamente el universo,
el mundo no se coló por el sumidero del acelerador de partículas.
La oscuridad brotó como una flor descabellada.




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