Asistimos
al truco del azul.
La
tarde blanquea su dentadura amarilla de sol.
En la
pista, un copo de algodón desgajado del cúmulo,
hijo
descarriado,
hace
y deshace su estructura, se fragmenta,
se
desmigaja y crea caprichosas formas en ausencia del viento,
desaparece
en un abrir y cerrar de ojos.
El
truco del espacio
-sin
red-
es
una bola de nieve que no rueda ni se acelera sola,
un
ártico que rompe la materia celeste.
A la
tercera,
los
brazos espirales se reúnen: compactos.
En
un segundo, nada por allá. El aire vibra
y se
divide en felicidades invisibles.
Somos
felices porque hemos asistido a un pequeño milagro;
abracadabra
y no
hemos visto el as de corazones
en
la manga esponjosa de la altura.
Abre
los ojos, mira hacia arriba, que no te ciegue el rayo,
observa
una región sobreazulada donde fluctúen bolsas de vapor
tan
ligeras que no se lleven sombra
(es
fácil en una tarde de verano).
Ahora,
cierra los ojos como si no tuvieras prisa:
el
cielo sigue ahí, pero de oscuro.
Y entonces
vimos la paloma blanca.
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