Acerca
de su estilo, será de las que adoran el futuro.
Su profesión
romántica indagará en la esfera cristalina (no en el espejo);
recogerá
la fruta de un olmo cualquiera, no demasiado seco,
ni
demasiado viejo ni demasiado célebre, fruta madura,
pulposa
y fresca como la sandía o los albaricoques que apaciguan
la piel
resplandeciente de entusiasmo.
Su estilo es la burbuja,
el
óptimo sentido, el movimiento auténtico por su levedad,
su
economía tan fácil.
Ella es la esdrújula más bella,
acentuada
en la unidad del verbo, donde otros musitan palabras
cansadas
de luchar, adictas a su ritmo redundante y menos vivo,
de
menor amplitud y peor letra, donde otros se recitan a su aire circunspecto, viciado.
Como farfullan los demás la excusa y el olvido,
o
solicitan el perdón de sus pecados odiosos, ella declama un redoble
de
timbales, un baile africano, salto exclusivo de prestidigitadores, de magos
con las
manos ocupadas.
Su ventaja, su esfuerzo, es que posee un corazón al límite,
al
fondo de la vida, esquina a la pasión que linda con el hecho del amor
verdadero,
aquel
que no conoce la tortura del pasado ni se recrea en posibilidades injustas,
que
brilla por su propia sangre derramada en silencio y se termina en una poderosa
llama.
Acerca
de su cuerpo, no acaba el viento de arruinar su modélico peinado,
que sus
dedos construyen un muñeco de nieve con un rayo de luz
y sus
pies azulean el territorio de la perfección allanando la grava del camino.
Ojos
que jamás, alma tras alma, anunciarán materia, que no verán sino tiempo
prestado
alrededor
de su templanza, tiempo para tenerlo todo entre las manos vacías.
Mas, sin
dejarse nada en el tintero, habrá que decir: boca. Boca moderna y paralela
al
verso (que no al beso, un éxito volante), boca transida, músculo,
(por no
aludir al ósculo, que es un beso demente), boca de tanto daño,
la que
arrulla y muerde con filigrana y bruma, como saca la lengua sin hacerse agua.
Será en
el testimonio del exorno labial que se educan sus piernas
-pues que
ha de hablarse de ellas en concreto y es perentorio sacar a relucir su
encanto-,
presentes
a su altura, estables en su vértigo de agujas redondeadas,
que si contienen
sombra será por su perímetro absorbente, por su calma,
porque
es real que han sido bendecidas por la cruz de los brazos
y han
sido pronunciadas con firmeza.
Acerca
de su alma, no es sencillo: es capaz de atrincherarse en un cubo de hielo.
Aunque
se puede urdir una loca estratagema para lograr su peso,
añadiendo
a los 21 gramos del cuento unas pocas toneladas de ternura;
se
puede preguntar a dios por ella o conjurar el paso de un ángel desnutrido,
pero
siempre es más útil rendirse a la evidencia del misterio,
observar
el eclipse que provoca su hechizo
y
ponderar la ingente magnitud de su ausencia.
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