Dirán
adiós, estamparán su magnífico sello a gran temperatura.
Navegarán
con la fragilidad del sauce que clama a las estrellas.
Harán
acopio de ferocidades para llamar al tiempo por su nombre.
Serán
los hijos de la soledad y reinarán sobre una gota de agua.
Desde
su estatura redonda, repartirán secretos entre los poetas del hambre.
Ellos,
que acogen la promesa del invierno y son tan fértiles
como
perlas de rocío, que no ceden espacio a la monotonía
y
permanecen estables de modo aleatorio, piedras preciosas
de
amplitud creciente y verdadera roca, barreras de coral,
banderas
nuevas aleteando, intercambiando azules con ímpetu febril.
En vano
deletrearán una palabra de amor, d-e-s-a-m-p-a-r-a-d-o-s.
Tal vez
se alegren y formen una sombra de leve recorrido,
allá
donde la carne desfallece y emerge el soplo glorioso del espíritu.
Serán
recordados en su apogeo, plenos de sofocantes matices,
húmedos
hasta los huesos, soldados del verbo, héroes sin disciplina.
Conocerán
manantiales en la flor del desierto y sufrirán la sed
de los
desposeídos. Entonarán vibrantes himnos de armonía inaudita
y verán
a los pájaros libres posarse sobre su cruda superficie.
Dirán
adiós, delatarán su ausencia con un destello helado;
luego, darán la vuelta al mundo en
un instante
y volverán a enamorarse como el
primer día.
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