Crece la
cúpula de Santa Sofía, sube a los cielos con su motor acústico.
Adelanta
a los pájaros que surcan el azúcar celeste.
Así
levita toda su mole impresionante y apenas es un barco de algodón,
gravita
el monumento si nada más que finge una palabra.
Pero no
lleva agujas en el pelo, ni se pinta los ojos
con
frescos imperiales. Crece la cúpula a la vista del mundo y asciende
como un
globo aerostático conducido por un especialista
o por
un alto dignatario, un príncipe italiano de ampulosos modales.
Arde la
cúpula de Santa Sofía, parecida a la gloriosa de San Pablo,
ambas
decoradas al gusto de la mafia, repintadas con los sabios colores
del
arco de Cupido, a la manera de la nobleza elegante que holgazanea
en los
salones, criada para el arte y su expresión genuina.
No
retuerce minaretes ni eleva plegarias obscenas al altísimo creyente,
al
primer creyente y más culpable. La cúpula se mofa de las aves
que
dejan caer sus heces sobre ella: nada puede afear su simetría,
su
tamaño excluye la posibilidad de tal deterioro constante, mas ínfimo.
Grita
la negra y dorada esfera trunca, el sólido torreón, el domo árabe,
canta
una canción de madrugada para llamar a los peregrinos exhaustos,
a los
caminantes que tienen su oración preparada en el libro
y se
mueren por un bocado de carne, aunque sea del cerdo prohibido.
Esta
bóveda viva que se peina y se estremece en adelante
brilla
con la seguridad de una lámpara minera
brava
de tanta luz como protege, difunde y garantiza;
¡oh,
nube dramática! Siempre la nube tras el fondo negro, roja de su atenta aurora.
Nieva
sobre la cúpula de Santa Sofía y todo es posible con un gorro de lana,
es
posible también una caricia sobre los adoquines del mosaico,
sobre
el techo opresivo y tremendo renovado por magos artesanos,
es
necesario un beso hacia la claridad del alma para prender la mecha del
conjunto.
Es una
máquina de hierba que consume su propio combustible sonoro,
zarza y
rosal hechos de materia inflamable, crema ilegal.
Y no se
pinta los labios con gajos de naranja, ni elige un modo de cantar en silencio
su
balada perfecta, fabrica grados de separación en su mirada y expande el
universo.
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