Tenía
la belleza su perfección a la altura estrecha del tobillo.
La
realidad tomaba fotografías y no se cansaba de retratar el alma
en
todas sus proporciones, desde arriba y desde abajo, desde la trinchera:
oh, alma
en tránsito, temerosa, no de su igual, sino de su contrario, temerosa del
cuerpo
con
sus faltas y sus escarnios, sus epítetos y su escuela privada de ficción.
Esta
belleza que subía por la pierna a contemplar el muslo y la cadera puesta
de
perfil, a detenerse entonces. Cuando empezaba a bailar tenía otro espasmo
diferente
al primero, ya no se estremecía ni prometía lealtad al verbo
que
manejaba los tiempos de la creación.
Flotaba
en el terreno respirable, sobre la intensidad del claroscuro,
una
reacción al entusiasmo de la palabra amor. La indiscreción de la hermosura no
se llevaba
bien
con el sentimentalismo y su daga permanente. Recaía en su dolencia
y
anunciaba un declive semejante al progresivo de las economías domésticas.
Hubo
un observador. De tantos. Cariacontecido en un momento,
exultante
de pronto, recompuesto, como individuo, muy agradecido y con soltura,
todo
ojos, cauterizada la sonrisa en mitad del rostro abrasador. No sabía qué
había
presenciado hasta que alguien, tal vez. Desconocía la potencia axiomática
de un
tobillo palpable o la solemnidad de un muslo debidamente modernizado.
La
belleza manifestaba su desdén por el futuro, su voraz apetito de forma,
la creciente
ansiedad que caracterizaba sus facciones clásicas.
Aumentaba
su influencia hasta la raíz misma del cabello, la pestaña íntima,
la
minúscula gota de sudor destilado en la sangre. Se adornaba con vanos
sacrificios,
bajas
ofrendas al dios de la perpetuidad, como resistía el fulgor de una mirada
cualquiera
o perfeccionaba
su delirio a sordos golpes de clara incertidumbre.
Hamza Djenat - Photographer/Art director.- The Spanish Beauty |
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