Perfecta
como una línea sofocante, resolutiva como un verso, radical
como
una cibernética princesa
electrocoronada.
Perfecta en su remanso, en su alcoba grata,
nada
deplorable. A su paso, soberbia, relampagueante, lúcida, bárbara a su paso,
tremenda.
Así se produce una mirada cinematográfica. De gira.
Un
juguete roto de gira por el hueco del ascensor.
¡Qué
actuación!, la marioneta con el corazón en la mano.
De
estreno. Dos rombos para el arte y ensayo sin paracaídas
(y una
escalera mecánica).
Otro
día nada suburbano. Ni un billete de metro. En palacio, expuesta a la ira de
los confesores,
indefensa
ante el señor y su guerra santa de guerrillas -escaramuzas preconciliares-.
¡Lobos con piel de caimán!
La
música en el antro preferido de dios, limando pareceres adustos. Tener una
opinión
es
importante, una insondable, opaca a la voz de las alturas (que repercute
tanto).
En la
pantalla, la galvánica muchacha es un robot soñador, ¡ah, pero el robot
soñado!,
íntegro
de curvas, cóncavo de esferas, rastas y diamantes;
un
vehículo trucado con yantas de charol.
De
nuevo están el paso de látigo y el flow
combinando materias y conocimiento.
Se
deslizan los ánimos como lágrimas por una combinación violeta, como monedas
falsas
por la ranura de la máquina de discos. Suena un espejo antes de romperse
hasta
el infinito.
Mejor
nos vamos, dicen los chicos, que fuman marihuana en español. Otro día será.
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