martes, 19 de junio de 2018

próxima parada: la luz


Incluso bajo tierra, el tren siempre recibe algún golpe de mar. El campo
abierto cobija un dédalo cimentado, marmóreo, que exhala su profundidad y su herrería. El aire
gira hasta el romanticismo, vira hacia las letras taimadas del mañana, es un árbitro
locuaz que gimotea su narciso, embadurna una hilera de estatuas con la sombra de su gesto, los restos
tibios de la anochecida.

El viento es un gabán industrial –va como un guante. La noche clama su república de caracteres unicode,
distribuye huracanes entre la arena desnuda, desunida. Da a un portal de abejas
encantadas por el que Jordan accede a la geomancia del subsuelo, entra en un estanco desierto donde se hallan los últimos
paquetes de Camel sin filtro de la arqueología. Pasear y echar humo en columnatas védicas
es una manera de no carcomerse por dentro y no desentonar. El zumbido de los drones no se apacigua,
ni decrece el rumor del agua que culebrea y se lanza en oleadas de espuma por el ventanuco de la torre. Jordan
duerme en un castillo federal, un solemne laberinto
diseñado a la carta por robots kamikazes made in spain.

Libros alados, alígeros en su bolsa de la compra reciclable de tan cómoda; el bolso que se dobla en anchos Cárpatos
y desdeña lagunas, no se comprende en otro idioma que no sea. Lenguas de fuego y algún
renacimiento; museos para Bey, escaleras y nenúfares, flores de loto arremangadas hasta la rodilla: es un lugar que cubre
demasiado, como es natural. Tomos desnaturalizados en salvas y coníferas, confeti, estructuras aniñadas,
andantes como caballerías digitales. Bajo el terreno, incluso ahí mismo, en el mismo
presagio que se desmenuza y cae, en el recuento silábico que se muerde los labios con cesura
y escorzo, en la reproducción material de tanto material sensible, cláusulas y periodos del todo mensurables,
incluso en la pobreza excitante de los árboles carnosos,
también entre la extranjería de los ángeles, su próxima parada.

Hay un furgón de poesía que canaliza suburbios por la mísera Avenida, ordena la circulación de la sangre,
beatifica el odio congregado en los charcos. Si la locomotora masticase una cola negra de hollín y maldiciones,
un cordel anaranjado. Por ejemplo. Varios esqueletos hoy conservan su excelente bon appétit,
como si un millar de ingenieros de caminos sobrevolasen el cargo, urdiesen en un pasillo del recinto,
repoblasen la tierra con ingenios desechables.

Está tranquila Jordan con sus amigas y su botín celeste. Aquí el único comercio
es ir de palo contra el zócalo y la fontanería, presumir de suéter nuevo color pavo real, reconstruir la confianza
en el desastre, la belleza del alivio, el sol troyano de nuestra niñez. Y, sin caerse al agua,
cruzar la vía láctea en un globo dorado dispuesta a fracasar en el intento.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores