martes, 26 de junio de 2018

shangri-la


Fallido, el poema capaz del gran poeta. Las montañas
deben expresar montañas (en el verso), lo contario denota error de estilo. Pero en el artilugio del poeta
capitán todo remite a un yo hipertrofiado y en negrita, a un sentimiento
interminable.

Y el sentimiento ha sido reconocido, es musical y lacrimoso, se deja acariciar como un perrillo faldero, motiva como
un curso acelerado de auto-enjundia.

A pesar de su talento lírico de peso pesado, falla el poeta, se retuerce en su nicho de calidad arrullado por elogios
insuficientes, panegíricos esenciales, merecidas críticas
absolutorias, aplausos concomitantes y sinfónicos.

Tiene que ver con el dilema: talento o dedicación. Las diez mil horas
de específico desdén acumulado hacia la pura materia
artística y sus baladronadas. Estamos a la cola del Arte y nos parece bien. Y nos parece
mal el recorrido museístico, los montones de sabiduría, el mármol depresivo, velado y deprimente, oh, que contiene el tieso
martillazo, la extremadura del cincel, el paso jacksonfive o la zombificación de la memoria, remite a la bruta
fortaleza del antebrazo, músculo y simetría.

Escasamente apolíneo aparece el fantasma del artista en el cuarto del baño, en el bidé,
sumándose a la chapucería del cuadro eléctrico, la malcriada instalación; cuando podría recurrirse
sin demora al interesante espectro drogodependiente con anteojos lenon, greñas desatadas y cuerpo doctrinal.

El buen poeta no cae en la tentación del sentimentalismo, salvo cuando lo considera oportuno.
El poeta laureado orienta la crítica, juzga y se lava las manos, confiesa su autoridad, da fe como un notario,
da disgustos a los diletantes del cuaderno azul, produce urticarias y otras contusiones
del alma.

Es cómodo inventarse un personaje efervescente y jugar a dominarlo,
entrometerlo en un paisaje diluvial, el Parque ultravioleta, pulcro de hierba, laderas y ocasiones, abejas
leoninas con nombre de mujer, riachuelos corrientes abonados al haiku, y su reflejo.

Ah, Jordan ahora es determinante y abrillanta los peldaños con la suela de sus sandalias etruscas,
se da brillo como un cometa deshojado, palpita en su destierro. Ella
es el penúltimo eslabón de la cadena del aire,
segura de su destino como un ángel en el mundo, una estrella en el vientre de la eternidad.



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