miércoles, 9 de junio de 2021

david

 

Ella se llamaba David. Destiny® la lleva de la mano por las aceras
de Sunset Boulevard, han caminado un kilómetro sin
tocar el suelo con los pies.
 
Morder una manzana es necesario,
emblemático, encomendarse a un espacio ejecutivo como Nueva Zelanda. Entrar en la iglesia
con una pistola de agua y un petardo diminuto, de los que no asustan a los perros, verbalizar
todo el miedo de la pasión, toda la ansiedad del encierro.
 
Las prisiones también limitan con el cielo; los presos liman
asperezas y barrotes, obedecen a la pastosa música del recuerdo. Por los pasillos del penal la gente
lee a Bunker (prohibido en la biblioteca), leen a Sarrazin, dislocados los ojos de puro dolor
se apresuran con la rareza de Brautigan, fomentan el desenlace
explícito de una distopía original.
 
Ella y Destiny® forman una pareja
incomparable de buenas personas con un nexo común, una comunicación
exitosa las une como en un catálogo de buenas prácticas
personales; a veces silencian los versos con el acento preciso, otras dan de comer a los pájaros. Son dos almas
deportivas.
 
Se dice que el mundo es una especie en peligro de extinción, una especie de abrevadero
sideral. La oscuridad ha abierto los ojos, se traga todo lo que se le acerca. Esto lo habrán visto en el cine,
se trata de una singularidad que gira como desangelada, como
extinta, como ardiendo en medio de la sonrisa de dios (la película comienza
con un paseo por Sunset Boulevard un día de verano).
 
Al final persiste una mudez estelar, un compromiso galáctico. Los ojos se te van al centro
del milagro, se intuye esa crudeza general de los acontecimientos
insolventes. En concreto: vas al supermercado y está de oferta casi todo
lo que importa, pero no compras nada y te vuelves a casa cargado de esperanza.



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