domingo, 29 de agosto de 2021

esgrima de difuntos

 

En nuestra mano no descansa
el gorjeo del mirlo, ni el furtivo fraseo del ruiseñor distante nos compensa, apenas
ennoblece nuestra airosa postura la fortaleza
de un silencio atrevido.
 
Seguimos la vía verdadera por un sentido
natural de la historia; nuestra providencia arriba como un bajel
invencible a la tierra del fracaso, el solar intacto del desorden y la falta de ingenio para la confianza.
 
No alberga nuestra pluma el poema
elocuente que anima el contexto de las horas perdidas y se desdobla
de continuo en un alarde fatigoso y cruel; la contradicción es la madre que muerde las sombras en el sueño
interrumpido de nuestra ignorancia.
 
Mordisqueamos el arte tirado por el suelo, perros ordinarios, alumnos
crónicos de una escuela furiosa; qué varapalos, qué indolencia nos procura el incienso
místico de la iniciación, el poltergeist de esta maravillosa
esgrima de difuntos.
 
El aire se ha desvanecido
(curiosamente). La música corrompe la autoridad del programa completo
―del exilio al vacío estructural. Es mejor la pura
ausencia de sonido: mariscal que dirige su ejército hacia el mudo portal del horizonte.
 
Reos de una tristeza
 imaginaria, siquiera increada por aguda, aupada en una prosa decadente. Qué pena de estilo,
cumplida en el mismo corazón de la palabra, qué asedio de mañanas estridentes
larvadas en el hondo zafiro de la bruma
sedienta. Decid, poetas, ¿a qué velocidad mueren los hombres?¿En qué mano descansa
el luto de los Ángeles?¿Qué compás ha derribado la escalofriante estatua de la fe?


Mark Power / Magnum Photos

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