jueves, 5 de agosto de 2021

un día de guardia en principal

 

Sufrir y experimentar después
el ansia, la imperiosa necesidad de contarlo, la peripecia
novelesca que quema en la frente como un estado febril o una exageración.
 
Al descuido, sorprender a un Ángel hurgándote en los bolsillos de la americana,
robándote la billetera, robándote el aliento o el cuerpo
mismo con esa intención malévola y sutil de las indagaciones y los versos: es la inspiración,
será un renglón mitificado y terrible, una dádiva
especial.
 
Hemos contado la historia de nuestra vida minúscula
y accidentada ―y accidental. Nuestra retórica bastarda, nuestra guardia en principal, y aquel
frío monástico, hermético de las soledades mal remuneradas, conseguidas,
consumadas como un acto inconsciente, todo ese batiburrillo de ignorancia y caos.
 
Hay una decepción universal que contribuye (de qué manera) a la expansión degenerada de las artes, ¡oh, mísera
lluvia, cruel diluvio! Como si Emily hubiese renacido entre los cañaverales, un Moisés
intergeneracional, una pequeña millennial exacerbada en pleno proceso
creativo, en plena reivindicación de sus reivindicaciones,
en plenitud ejecutiva.
 
La poesía es el grano en la nariz del novio, un fluido que fluye, la masa
madre de la naturaleza que se recompone a todas horas; ah, se alimenta del sufrimiento, se opone
a la generalidad de las pasiones, a tantas realidades. Es un hecho que atenta
contra la disposición sucesiva de las realizaciones humanas. La tenemos
en la punta de la lengua pero nos sigue faltando ―desde ayer
y por los siglos de los siglos.



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