lunes, 9 de agosto de 2021

no soñar es poesía

 

Amanece un sueño fraterno
perdido entre los días rotos de la improvisación. No vemos manera. La lección qué difícil de aprender,
sujeta a un inmisericorde abanico de rótulos y verticalidades ―alguna propensión a la dejadez,
algún esquivo centro.
 
De pronto tenemos encima toda la radicalidad del poeta
americano, toda su ecuanimidad austral y su epitafio que (se) nos vierte, vertido
sobre el alma de la Historia.
 
El lenguaje vacila pero se repone así como
un producto en el supermercado, ha sido aislado (es cierto) por un regimiento de filólogos
cabreados que toleran a duras penas el hermanamiento con la poesía francesa, el vértigo de la traducción,
doble ración de versos predicados en silencio.
 
Llanamente. Destiny® remolonea ante el enésimo vídeo musical y sus esculturales
pasadizos, sus viajes al extranjero, su contrainteligencia. Conforme a la localización de exteriores donde haya:
 
                tierra roja (en rojo Kubrick)
                abejas en su lugar de trabajo
                hierba artificial
 
pues los Ángeles nos vigilan desde sus ovnis de mercadillo,
tocados con gorros de lana (y por la mano de dios), oscuros sus ojos negros
en la noche y luego vistos para la eternidad.
 
El amor se nos ha venido a la cabeza como un salto de inocencia ―salto con pértiga. El amor
satisface varias cuestiones lógicas, presupuestos y recorridos en autobús por una línea caliente;
será porque siempre lo llevamos a cuestas
dickinsoneando sus ojos muertos entre todas las combinaciones
posibles del cielo que será.



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