Ciego a tu
corazón, a su tamaño
de gigantesca
sangre y a su vuelo
-¡oh nave
sideral!-, me queda el suelo
para
arrastrar por él mi desengaño.
Me falta
corazón, y no lo extraño,
por no tener
no tengo ni consuelo,
ni sé por qué
me bato en tanto duelo
ni a cuántos
funerales me acompaño.
Y ciego de
raíz, ciego de veras
a lo que
nunca fuiste, ¡a lo que fueras!,
llámalo
sueño, infierno, paraíso.
Ciego a
primera sangre, a simple vista,
completamente
ciego -¡dios me asista!-,
me falta el
corazón que más te quiso.
--
Más de una
vida llevo en la distancia
sideral de
ignorarte y no saberte,
sumido en un
abismo de ignorancia,
queriéndote y
dejando de quererte.
Exiliado y
enfermo en esta Francia
de tu
inefable ausencia, en esta suerte
de olvido de
la grave discrepancia
que mantiene
la vida con la muerte.
Más de un
siglo los párpados alzados,
derrotados
los sueños por el tedio
que sucede al
imperio del romance.
Abocado a
estos frágiles estados
y estas
enfermedades sin remedio
por no saberte
fuera de mi alcance.
--
¡Oh, su
palabra vuelve a ser de oro!
Su tímida, su
eterna -¡su inaudita!-
palabra
vuelve a ser agua bendita
para este
campo triste que laboro.
¡Cuánto
silencio abarca -y qué sonoro-
la curva de
sus labios!, ¡infinita!
Su boca, que
es más boca cuando grita,
aunque
aprieta en silencio más a coro.
Y cómo en su
presencia el aire vibra
y se
estremece hasta la pura fibra
con la
esperanza de estrenar sonido.
¡Ya vuelve la
palabra por sus fueros
y son sus
arrebatos tan sinceros
como libre su
acento estremecido!
--
Fue difícil
quererte, lo es ahora.
Ayer por
impaciente, hoy por cobarde,
siempre he
llegado a tu mirada tarde,
cuando ya
solo mira, no valora.
De nuevo, te
adivino escrutadora
-si una
mañana hacia ninguna tarde-
y el corazón,
de tanto amar, me arde
y la llama,
de nuevo, no devora.
Fue fácil
esperar que me quisieras,
lo es ahora
que vivo porque espero
renacer en
tus ojos algún día.
Qué difícil
quererte... ¡Si supieras
cuánta pena
he dejado en el tintero
para llegar a
tiempo a tu alegría!
--
La luz se
hace al asfalto. Tú me miras
con los
mejores ojos de la historia,
ebrios de
actividad absolutoria
tras su
enjambre de hipnóticas espiras.
Al asalto la
luz, altas sus miras,
de tu
fecundidad respiratoria,
siquiera
alcanza el deje de la gloria
que rebosa
del alma que suspiras.
Vertiginosas
garzas dieran cielo
al rubor
transparente de la aurora,
blancas nubes
trenzasen su coraza.
Que apenas tu
mirar remonta el vuelo
ninguna
maravilla lo mejora,
ninguna
acción divina lo amordaza.
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