Hablar de mí,
desconocerme un poco,
arriar las
velas cuando el mar en calma
y, en plena
tempestad, izar el alma
para
contradecirme como loco.
Hablar de mi
razón, de la que invoco
-¡que alguna
vez se llevará la palma!-,
y de la
soledad, que no se calma,
y de la sed,
que no se va tampoco.
Dudar de mí,
saberme, entre millones,
uno contra la
forma y muchedumbre.
Aborrecerme acaso. Ni siquiera.
Hablar como
un poeta, a trompicones,
en verso,
pero en verso que deslumbre.
Decir lo que
diría otro cualquiera.
Así como la
rosa no desea
sino vivir en
paz con su hermosura
y en la
serenidad de su clausura
tranquila y
dulcemente se recrea,
de tanta
primavera se rodea
tu corazón,
que en flor se transfigura
e ignora si
es amar su acción más pura,
enfrascado en
su armónica tarea.
¡Oh, intacto
palpitar, pulcro latido,
pacífico
timbal, sonido exacto!,
¿de cuánto
corazón en flor dispones,
si para amar
te expones al olvido
y para
florecer al duro impacto
de un manojo
de tiernos corazones?
Solía la
belleza encaminarse,
la piel al
jeroglífico peinada,
hacia el
desierto de mi nueva ausencia
con suave
contoneo clandestino.
Del ocre
merodeo de sus ojos
daba noticia
el cero del reloj,
el tiempo
quedamente inexistente
que
succionaba esferas a mi espalda.
Silencio
exprés que todo me decía,
que maldecía
nauseabundos lapsos
de cruel
respiración.
El movimiento
conducía hierro,
huesos de
hierro, turbios manantiales
de soledad
dulcísima.
Me muero y se
me mueren los poetas
del córpore
insepulto y el hallazgo.
Me caigo y se
me rompe el maestrazgo,
drenado de
venablos y saetas.
Me vuelo y se
me vuelan las cometas.
Caído, se me
rompe el alma. Yazgo
-al traste el
claroscuro mecenazgo-
sobre el
tecnicolor de las violetas.
Acerca de
esta inmensa artesanía:
¡qué fosas
oceánicas engullen
las lágrimas
rendidas por mis ojos!
Me hiero y
voy sangrando poesía;
mil versos al
segundo me rehúyen,
catorce se me
abrazan todo rojos.
---
Rompedme el
corazón. Será mi falta.
Tal es mi
circunstancia, tal mi anhelo.
Pisadme, que
me rompo como el hielo,
que todos
pisan fuerte y nadie salta.
Que, roto el
corazón, me doy el alta
y vuelvo a
mendigar algo de cielo.
Partidme el
alma en dos. No me rebelo,
admiro el don
furioso que os exalta.
Abridme los
costados inocentes
a ciegas y
cobardes dentelladas.
La culpa será
mía y sólo mía.
Que, rota el
alma, o sientes o no sientes,
y yo no
siento ya ni las pisadas
ni el crujir
de los huesos que sentía.
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