sábado, 2 de febrero de 2013

una copa de nieve estremecida


Me viene grande el Sol cuando aparece
volcando su rubor en mi ventana,
me viene grande y crece, crece, crece...

Una bola de luz cada mañana.
Una copa de nieve estremecida
que rebosa fulgor de mala gana.

Nieve reveladora y homicida,
corpúsculo fractal, nieve completa,
desanimando al fuego en su caída.

Me viene grande el Sol, pero me aprieta,
como el hambre dramática que tengo,
como la sed que llevo en la maleta

con la que voy de gris en gris marengo,
directo hacia la nada competente
en la materia gris de la que vengo.

Una bola de luz incandescente,
infectando la nieve depresora,
nieve que de su albura se arrepiente

y regresa a su origen, incolora,
agua para calmar la sed vibrante,
para entregarse al llanto que se llora.

Me viene grande el Sol, apabullante,
obrando su presencia testaruda,
y la sombra me queda como un guante

hecho a medida de la carne cruda.
Sombra de fundamento misterioso,
color oscuridad casi desnuda.

Un horrendo estallido luminoso,
una tromba flamígera y certera.
Un cáliz de la sangre que reboso.

Copa de nieve que mi sangre fuera,
sombra que fuera en tiempos delicados,
polvo que contendrá, cuando se muera.

Un golpe de calor, ¡cuarenta grados!,
lanzado contra el centro de mi centro.
Me queda grande el Sol, por todos lados,
y más grande de puertas para adentro.

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