martes, 5 de febrero de 2013

la nueva dinastía del aire


Desde el promontorio,
dios-es-dios
observa su nación desamparada.
¡Oh!
Y conjuga una mueca celestial en su artístico semblante.
¡Ah!
Se mira en el espejo del océano,
su mar anclado. Brilla de refilón en su resorte,
centellea, abandona el hábito cruel de la belleza.

Al borde del abismo, expresa su disgusto por la
pequeña gloria de los hombres.
No.
El plan era distinto. Milagroso.  
¿Quién fabricó ese oro que abunda y envilece?
Ese metal amargo y más punzante.

Sopesa decisiones infernales.
No en vano se enorgullece de su aspecto. Su creación rotunda,
última gesta.

Sobre los pequeños seres de escasa gloria y corazón salvaje,
sobre su inexperiencia,
allí recae el divino esputo vomitado en asombroso silencio,
así compacto y ordenado, sólido,
remarcando una ligera función, inclinado al descontento.

Dinastía. Renovación.
Un aleteo, un juego élfico empeñado en su tímida hermosura,
su claro gusto por la corrupción y el esnobismo;
el contraste.
Sí.
Planearán eligiendo la virtud de las águilas,
orbitarán una llama indolente a la velocidad mortal de los satélites,
harán su aparición ante las multitudes
y los científicos aprenderán sus nombres de memoria.

Ahora, dios-es-dios cierra los ojos que le faltan y mira al frente, adentro,
sin asistir al vuelo de una mosca, sin resistir la sangre
que fluye desnortada, caliente, mineral.

Un hombre llega a verlo entre las sombras.
Todos los hombres esperan una señal,
escrutan el tamaño del pulcro firmamento.
¡Oh!
Reconocen la luz,
aquella que les dio la vida, escuchan el retorno
de un deseo común.

La paz orea cementerios de piedra,
gime para las cruces que elevan su antorcha,
no desiste.

El ángel lleva el pelo teñido, bebe en cuernos de cerveza,
ensaya rugidos atroces.
Suelta una palabra que pinta una canción de libertad en el cielo
y abrasa los cerebros,
arroja un festivo relámpago, un rayo poderoso que calcina espíritus ficticios,
almas de cartón piedra, conciencias colectivas moldeadas sobre una sola idea,
vigorosas esencias que ocultan un tremor de fatalismo.

Conforme, 
el ser estático y supremo se desmelena, abarca un apretado cinturón de asteroides
con brazos espirales,
piensa en sí, destierra la esperanza, termina de creer en sus fantasmas
o se deleita en una gota de fuego.


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