Desde
el promontorio,
dios-es-dios
observa
su nación desamparada.
¡Oh!
Y
conjuga una mueca celestial en su artístico semblante.
¡Ah!
Se
mira en el espejo del océano,
su
mar anclado. Brilla de refilón en su resorte,
centellea,
abandona el hábito cruel de la belleza.
Al
borde del abismo, expresa su disgusto por la
pequeña
gloria de los hombres.
No.
El
plan era distinto. Milagroso.
¿Quién
fabricó ese oro que abunda y envilece?
Ese
metal amargo y más punzante.
Sopesa
decisiones infernales.
No en
vano se enorgullece de su aspecto. Su creación rotunda,
última
gesta.
Sobre
los pequeños seres de escasa gloria y corazón salvaje,
sobre
su inexperiencia,
allí
recae el divino esputo vomitado en asombroso silencio,
así
compacto y ordenado, sólido,
remarcando
una ligera función, inclinado al descontento.
Dinastía.
Renovación.
Un
aleteo, un juego élfico empeñado en su tímida hermosura,
su
claro gusto por la corrupción y el esnobismo;
el
contraste.
Sí.
Planearán eligiendo la virtud de las águilas,
orbitarán
una llama indolente a la velocidad mortal de los satélites,
harán
su aparición ante las multitudes
y los
científicos aprenderán sus nombres de memoria.
Ahora, dios-es-dios cierra los ojos que le
faltan y mira al frente, adentro,
sin
asistir al vuelo de una mosca, sin resistir la sangre
que
fluye desnortada, caliente, mineral.
Un
hombre llega a verlo entre las sombras.
Todos
los hombres esperan una señal,
escrutan
el tamaño del pulcro firmamento.
¡Oh!
Reconocen
la luz,
aquella
que les dio la vida, escuchan el retorno
de un
deseo común.
La
paz orea cementerios de piedra,
gime para
las cruces que elevan su antorcha,
no
desiste.
El
ángel lleva el pelo teñido, bebe en cuernos de cerveza,
ensaya
rugidos atroces.
Suelta
una palabra que pinta una canción de libertad en el cielo
y
abrasa los cerebros,
arroja
un festivo relámpago, un rayo poderoso que calcina espíritus ficticios,
almas
de cartón piedra, conciencias colectivas moldeadas sobre una sola idea,
vigorosas
esencias que ocultan un tremor de fatalismo.
Conforme,
el
ser estático y supremo se desmelena, abarca un apretado cinturón de asteroides
con
brazos espirales,
piensa
en sí, destierra la esperanza, termina de creer en sus fantasmas
o se
deleita en una gota de fuego.
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