Para ella, se necesita el verso, uno de
ejemplo antirrítmico, verso en su totalidad,
todo Whitman en un verso arrastrándose por el
lodo, manchándose la ropa,
las rodillas. Un verso ensangrentado para
ella, un poco de barro en la cesura,
barro en el acento principal, polvo en la
moneda de la rima, en la moneda.
Todo Keats en una frase elíptica, muriéndose
por dentro.
El asma, líquida sensación, asma y humo
permanente.
Una barbaridad de humo en los pulmones. Es un
verso para ella sin toser,
sin que te dé la tos en medio de aquel verso (y
este ahogo en el ventrículo derecho).
Para ella la gloria parecida a un libro sin
terminar del todo. El poeta marcaba líneas verdes
en la solapa de una congestión, subrayaba con
bolígrafo rojo los errores del tiempo:
cuando pasaba augusto en su tartana vacía,
cuando se detenía en los abrevaderos,
cómo se hacía el viejo curvándose en la
longevidad de una palabra muerta.
Oh, si acaso ella lo escuchara, comprendiese
y obrase, si escuchara el primer verso
de aquel poema corto. Para el libro, páginas
en blanco: qué decir. Tamaño verso, grato,
emperifollado como Albertine antes de perder
su libertad. ¿Dónde habrá un verso para ella?
Uno que la defina, que la guarde, que la ame
por la blanca noche
y por sí. Decir que ella merece un verso
ambiguo, un tratado romántico sin fisuras,
nada común. Las Princesas merecen cuentos
acabados que las nombren, las coronen.
Así es la libertad de un lobo solitario, tan
preciada cosa.
Verso que nimbe su cabello oscuro. Cetro y armiño, suyos tras la ceremonia,
Verso que nimbe su cabello oscuro. Cetro y armiño, suyos tras la ceremonia,
claves de un poder estático. Verán los siglos
proclamaciones semejantes, miles
celebrando la indiferencia de una muchacha
tímida y real. Trompetas como cláxones,
balas silbando sobre las palomas. Todo el
arte para ella, todo, hasta el cuadro de Janelle.
El asma domina la respiración e impide el
recitado continuo, el recitado preciso
que convoca el milagro, los panes y los peces
que salen por la boca, que fluyen y se ocultan
bajo una eternidad de pensamientos. El verso
que también es otra Biblia pública,
es el evangelio de los mártires. Existen
obras que contienen un coro de actualidad,
obras que significan historias, que
transmiten historias casi reales
con profusión de detalles que incluyen los vestidos,
las armas, el color de una mañana específica
atravesada de trinos y metralla, el dolor y
la alegría, concurrentes y puros.
En su verso, la cadena de los
acontecimientos, la simetría, la cadena que se evapora
y se divide, deja de verse, que se evade
hacia otra dimensión. La obra simultánea
colapsando el verso desde su inicio
verdaderamente clásico. Amor y odio, vida y muerte,
todo subrayado en la misma línea sin música.
También la música, el fondo oscilante y vocal,
la electrónica y el riff secreto de una
guitarra mustia,
Kellindo Parker fusionando la mitad de un filete
de ternera con puré de arándanos
y un pescado frito sin espinas. La sinrazón
de un solo verso confundiéndose de alma,
apostando a caballo ganador con el dinero del
hambre.
Un paseo por el cementerio, de sepulcro en
sepulcro, luto y pasión. Emperifolladamente
paseando sin mirar atrás. Saborear el dulce
néctar de la evasión, la nata de la influencia,
el pulpo de la soberanía. Para ella, una
situación accidental,
un gramo de locura en las montañas de París;
la crema del amor sentimental y pulcro
durante un rato en silencio, un pentecostés profano
encapsulado en sábanas calientes
y el aroma indestructible de una vana promesa
inundando el futuro de renunciación.
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