sábado, 15 de agosto de 2020

las 4 dimensiones del olvido

 

Objetos que no nos pertenecen, propiedad de la sangre; áridas
fotografías: un violín de Stainer
que ha sobrevivido.

Nuestra es la aflicción por el quebranto. Nuestra
afición por la memoria y las resurrecciones. Pero la ciudad es distinta, es como el río. Nuestra
ciudad promulga extensos bulevares, se desintegra en flamantes letreros luminosos,
se apoca entre los altos edificios; aquel restaurante
ha desparecido como una pareja de muchachos
o un reloj.

Viajamos con lo puesto;
oh, inmortalizamos nuestra biblioteca (para alguien). Cedemos los derechos de nuestras agonías,
nos compadecemos de la realidad.

Si falta un libro, ha desaparecido como una estatua,
como el toque a limón de un perfume discreto. Sabed que el libro es un objeto con personalidad y hacienda,
tácticas para la guerra, brazos como liras, ojos irisados, nervios.

        El violín convoca al resto del cuerpo:
las manos voladoras, el cuello acogedor, los dedos insulares (la austeridad
del hombro, siempre ajeno), emplaza
incluso a los palacios, los jardines, las plazas encogidas de espanto.

Nuestro es el silencio de los Ángeles,
su decepción es nuestro patrimonio. En nosotros recae el oprobio, pues aún prosperan
turbios amaneceres como aquellos y la Luna exige a los amantes el mismo realismo, la misma
delicada sobreactuación.

Delante de los ojos, un arpa imaginaria, el violín de Stainer, una esclava con su fecha
grabada, un cenicero. Objetos al rescate del aliento,
sombras de una victoria desterrada.



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