miércoles, 19 de agosto de 2020

the light

 

Superposición, superstición, las cosas
incordian en su ambiente. Broadway es una calle de París, está al lado de un pequeño
río extraordinario. Nacer o no nacer, he ahí el esquema de la reconstrucción, su abecedario
indefenso, su no-coincidencia.

Nacemos en el Parque y desvemos la ciudad, con entrenamiento. Con la práctica, acabas viendo
solo lo que brilla, tu deseo
es insufrible, solo ves lo que deseas. Se puede nacer, incluso, en un lugar de la memoria,
desnudo como siempre pero harto de penurias.

Alguien apadrina un milagro de andar con pies de plomo, por ahí, sin domicilio
fijo ni estación termini ni circunloquios que valgan; empadrona un milagro y se deshace
del tiempo que podría incriminarle.

En cada ciudad del mapa, instalado como un programa informático,
arde el cosmos, también en los puntos de venta más esmirriados y menos rotundos, presos
en sus algoritmos despreciables, también en el vacío que cubre
regiones invisibles.

Todo es cuestión de habituarse a la insistencia de la realidad,
acomodarse ante la pantalla de la realidad y aburrirse con el último remake del firmamento que se repite
eternamente como una epifanía (o un espasmo).

Estamos en el mundo, y nos concierne, nuestro espacio
aturde un poco, nos golpea con furia de campanas, segunderos atroces, deja caer sobre nosotros
el peso lóbrego de la sobriedad. Ocurre fuera de la vida,
capta el instante en que el cielo sonríe y lo elabora, lo funde en un incendio desolado, lo esparce
sobre la forma de una ciudad cualquiera, sobre el lecho del Sena
o el sórdido poema que compone el fulgor de Times Square.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores